Si me decido a escribir sobre el último trabajo de Clint Eastwood, 15:17 Tren a París, no es porque sea una gran película, en el sentido que la entiende el crítico cinematográfico.
Parece claro que se trata de un producto menor en la filmografía del 4 veces ganador del Oscar, y seguro que el director californiano de 87 años lo sabe. Sin embargo, 15:17 Tren a París contiene algunos elementos valiosos que vale la pena destacar.
Aunque lejos de la maestría de Gran Torino (2008), o de las notables El francotirador (2014) y Sully (2016), hay una intencionalidad que une su reciente película con esos otros títulos. No me refiero a su filiación política o a sus particulares convicciones personales –lugares comunes de algunos de sus detractores‑, sino a su interés por centrar esas películas en comportamientos heroicos de personas ordinarias.
En este caso se trata de tres amigos norteamericanos, Spencer Stone, Alek Skarlatos y Anthony Sadler, que en la tarde del día 21 de agosto de 2015 viajaban en el tren Thalys a París, siguiente escala de su periplo turístico por Europa. Ese día supimos a través de los medios que había sido frustrado un intento de atentado terrorista en un tren, gracias a la audaz intervención de tres jóvenes. Efectivamente, los improvisados héroes eran Stone, Skarlatos y Sadler, a quienes se sumó enseguida el británico Chris Norman.
Una entre un millón de posibilidades de salir con vida
A pesar de su irregularidad, ¿qué elemento hace singularmente valiosa la propuesta de Eastwood? En mi opinión, el sentido providencialista que recorre la narración. “Una entre un millón”, le dice Skarlatos a Stone al valorar las posibilidades de salir con vida. Ellos estaban en el momento justo para salvar la vida de los 500 pasajeros del tren; una circunstancia que Stone relaciona con la Providencia divina y con el sentido de misión de toda existencia humana. No en vano rezaba frecuentemente una oración atribuida a San Francisco de Asís: Señor, haz de mí un instrumento de tu paz. Que donde haya odio, ponga yo amor. Que donde haya ofensa, ponga yo perdón. Que donde haya discordia, ponga yo unión.
Las escenas que ocupan el forcejeo y reducción final del terrorista solo duran los minutos finales de la cinta, pero están rodadas con nervio y meticulosidad, y el espectador asiste sobrecogido por su intenso verismo. El resto del metraje lo dedica Eastwood a contarnos –hay que reconocer que sin mucha garra‑ algunos detalles de la infancia y la juventud de los tres camaradas…, que se interpretan a sí mismos; una decisión arriesgada pero también original: convertir en actores a los mismos protagonistas de la historia, Stone, Skarlatos y Sadler, que contaron su experiencia en el relato que ha servido de base para el guion.
Juan Jesús de Cózar