El Nuevo Testamento está lleno de lecturas que nos deberían ayudar en la vida diaria. Sería bueno consultarlos más a menudo de lo que algunos lo hacemos normalmente, por el tipo de vida acelerada que llevamos. Esta semana queremos hablar del tiempo y la memoria, y para iniciar esta reflexión deseamos compartir una cita de San Pablo. Nos dice en su Carta a los Filipenses, 12-15: “No quiero decir con esto que ya haya alcanzado la meta o conseguido la perfección; pero me esfuerzo a ver si la conquisto, ya que Cristo Jesús la obtuvo para mí. Hermanos, yo no creo haberla alcanzado ya, pero eso sí, olvidando lo que queda atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante, y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús”.
Es un fragmento de la Carta lleno de mensajes aplicables a nuestra vida. San Pablo nos muestra el camino a través del ejemplo de su vida. Dice, con la humildad que debería caracterizarnos, que no cree haber alcanzado la meta (perfección), pero que con el ejemplo de Jesús, se lanza hacia adelante, olvidando lo que queda atrás. Primero, Jesús, a través de su Evangelio, es nuestro guía y, segundo, invita a un avance hacia adelante, buscando la meta o la perfección, olvidando lo que queda atrás si ello nos impidiese avanzar tanto en la construcción de un mundo mejor, para la comunidad, como en la perfección individual.
El tiempo es una variable física irreversible, no hay marcha atrás, lo vivido ya está hecho y lo que queda por vivir es una incógnita y, por qué no una esperanza, una oportunidad. La memoria nos trae recuerdos. Estos recuerdos pueden ser de muchos tipos. Quisiera en esta aportación al blog traer alguna cita literaria sobre la memoria.
Giovanni Papini, escritor que leí siendo muy joven, escribió en 1951 la obra El libro negro. El narrador ficticio del relato del libro se llama Gog y la obra se articula en varios capítulos. Uno de ellos lleva por título La interrogante del monje. En él, el narrador, Gog, desea pasar algunos días en un monasterio de clausura. Uno de los monjes le pregunta: ¿Todo lo que enseña nuestra religión es totalmente verdadero? La duda del monje es que si no fuese así habría desperdiciado su vida. Gog le contesta que el mundo hace pagar un precio altísimo por los pocos momentos de placer imaginario, que una vida libre de desilusiones y amarguras es en sí misma un gran premio aun cuando no existiera nada después de la muerte, que en cualquier caso su elección ha sido la mejor. La duda del monje, quizás al final de su vida, puede ocurrirle a cualquiera en muchos aspectos de la vida, pero San Pablo nos da una clara respuesta: olvidando lo que queda atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante, y corro hacia la meta. ¿Qué enseñanza podemos extraer? Nuestra memoria, que nos facilita un recorrido por los sucesos acaecidos en el transcurrir de nuestra vida, nos trae recuerdos de muy distinto signo. Muchos son buenos, quizás otros no tanto. La memoria puede ser una compañera amable o una voz inquietante. Cada vida está llena de eventos donde tomamos decisiones, muchas de ellas cierran el paso a otras posibilidades y condicionan el futuro. Nuestra memoria nos trae al tiempo presente nuestras acciones pasadas, y con ello nuestras faltas por acción y omisión, y también nuestros aciertos.
El balance es de cada uno, pero San Pablo nos dice que lo pasado está pasado y hay un futuro, quizás es la clave mirar hacia delante. Esta aproximación es más fácil cuando se tiene menos edad, al cumplir años se tiene la certeza de tener menos años para vivir ese tiempo donde hacer cosas positivas y dirigidas al bien común además de hacia nuestro propio crecimiento. Ello no nos debe llevar al desaliento y la desesperanza. Umberto Eco, en su libro La misteriosa llama de la Reina Loana (2004) hace una magnífica descripción de los tipos de memoria y su relación con la identidad, manifestando la importancia de la memoria. Su protagonista es un hombre de 60 años que, tras sufrir un ictus, se despierta en un hospital, conservando intacta la memoria histórica (memoria semántica), pero ha perdido todos los recuerdos personales (memoria episódica) que le podrían permitir decir quién es y la vida que ha llevado hasta entonces, es decir, definir su propia identidad. Juan Gómez-Jurado en sus novelas Reina Roja (2018) y Loba Negra (2019) muestra un personaje interesante, Antonia Scott, una policía muy especial, perspicaz y alternativa. Su inteligencia es excepcional y con ello su memoria. Dice la protagonista citada: “A la mayoría de las personas todo se les acaba olvidando o el tiempo matiza sus emociones pero hay personas con una memoria perfecta a las que si un recuerdo les afecta puede hacerles mucho daño”. Es una brillante reflexión y nos expresa cómo funciona la mente en conjunción con la conciencia.
Evidentemente hemos cometido errores por acción o por omisión en la vida, pero la flecha del tiempo, irreversible, no nos permite cambiar las cosas, pero si podemos, como nos indica San Pablo mirar hacia delante, cada uno con su cuota de tiempo disponible, un regalo precioso, y tratar de alcanzar la meta (perfección) a la que estamos llamados. No podemos olvidar esto, nos queda vida y mucho por hacer. Hay esperanza a pesar de los errores. También cada vida ha tenido aciertos, quizás muchos más que desaciertos. No debemos caer en error de sepultar horas de bien hacer por segundos de desaciertos en el cómputo de la vida. La esperanza es una de las claves de nuestra fe, el perdón también. El perdón de uno mismo está recogido en el mensaje evangélico y es un clave que nos facilita hacer cosas por lo demás sin lastrarnos por la sombra de los propios errores, que no nos haría avanzar en nuestro propio crecimiento ni en el colectivo de la sociedad. Hay tiempo aun, manifiesta San Pablo: Olvidando lo que queda atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante, y corro hacia la meta. Para los creyentes la meta final es Dios, un Dios compartido en el bien hacer de la vida diaria, pero en el camino hacia la meta-perfección que nos indica San Pablo hay mucho que hacer, podemos contribuir mucho al bien de los demás y, por ello, es importante que no nos lastre nuestra propia negrura, evocada por la memoria sesgada hacia los errores, y nos impida ver la luz de nuestros aciertos, y por añadidura la luz del Reino. Cada persona tiene una edad diferente, y con ello una posibilidad futura distinta, un recorrido temporal diferente, pero la posibilidad existe. Aprovechémosla, lo pasado está atrás, que no nos impida la conjunción del tiempo y la memoria hacer la labor a la que estamos llamados desde la eternidad para contribuir a un mundo mejor. Todos somos el hijo pródigo (San Lucas, 15, 11-32), no lo olvidemos.
Meditemos la frase de San Pablo: Hermanos, yo no creo haberla alcanzado ya, pero eso sí, olvidando lo que queda atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está delante, y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús. Un olvido del pasado limitante para nuestra acción actual, un olvido que facilita entender lo mucho que podemos hacer, independientemente de lo anterior y sus imperfecciones y carencias, es conveniente. Los errores pasados, cristalizados en la memoria, no nos deben impedir hacer el bien al que por naturaleza divina estamos llamados en el resto de nuestra vida, dure el tiempo que sea. Cuando hagamos balance pensemos también en los aciertos, con seguridad numerosos a lo largo de la existencia. El resto de nuestra vida es un tiempo precioso para vivirlo sin que nos frene innecesariamente la memoria como lastre negativo para nuestro desarrollo y relaciones. La memoria es un regalo, un don que nos permite visualizar nuestra existencia y las relaciones establecidas, nunca un lastre para nuestra vida personal y comunitaria que nos limite nuestra contribución a un futuro mejor.