No es objeto de esta contribución analizar todo lo que la COVID-19 se ha llevado y los efectos de la misma en el futuro de nuestra España. El título, evidentemente, está inspirado en el de la famosa película que todos conocemos y tantas veces seguro hemos visto. Como decimos, esta contribución no es un análisis de nada de lo ocurrido ni implica una visión prospectiva de lo que vendrá. En este momento solo quiero hablar de la expresión de los afectos. Somos un país muy afectivo, cada comunidad con su forma particular, todas esenciales, pero mostramos todos una alta capacidad de experimentar y explicitar nuestra afectividad con los demás.
A todos nos ha pasado sentirnos incómodos con nuestros otros respectivos al encontrarnos y no poder hacer lo que siempre hemos hecho, lo que nos pide como somos y lo que somos, besos, abrazos, apretones de mano, palmadas en la espalda y un alto número de expresiones que manifestamos en el encuentro con los otros. En la esfera familiar también se han reducido. Hemos perdido, o al menos no podemos materializar, en gran medida nuestra capacidad innata de demostración de afecto, de externalización de sentimientos. Los otros siguen estando aquí, y ahora nos sonreímos, o llevamos la mano al corazón, quizás nos miramos con una mayor ternura que compensa la ausencia de contacto físico. Afortunadamente, ya casi hemos abandonado la moda, impuesta desde los políticos, de tocarnos con el codo. La Organización Mundial de la Salud ha dicho que no es conveniente, menos mal.
Esta generación de niños y niñas está teniendo menos contacto, esperemos que no influya en su socialización en esos años tan cruciales para su desarrollo intelectual y afectivo.
No suelo escribir mucho sobre lo que ocurre actualmente, porque me da pena. Hay mucho sufrimiento, muchas carencias. En un conocido programa de televisión de una cadena de alta audiencia, se comentó cómo algunos presidentes de determinados países invitaban a comportamientos para acabar con la COVID-19. En el programa se hacían bromas sobre determinadas aproximaciones en relación con cómo curar y estar a salvo de la COVID-19, en las que no voy a entrar. Pero sí comentar que también hizo broma con la posibilidad de rezar. El poder de la oración. Yo no soy de los que cree que alguien puede atentar contra mis sentimientos religiosos. Y la broma, quizás con ánimo de ridiculizar, que alguien hizo sobre el poder de la oración, me refuerza. Creo que debemos rezar más por este problema. Una base importante de nuestras creencias es nuestra convicción del poder de la oración. Quizás debemos dar más ejemplo y decir que rezamos porque acabe el problema de la COVID-19 y nadie sufra, y recuperemos nuestro país en todas sus manifestaciones. Y recuperemos la expresión normalizada de nuestros afectos.
Hace poco, la ciudad de Sevilla, con sus Medallas, ha reconocido la labor del Profesor Dr. Jaime Rodríguez Sacristán. Un reconocimiento muy merecido. Pero quiero traer aquí dos de sus libros y recomendar su lectura: Elogio de la ternura y El sentimiento de soledad, ambos publicados por la Editorial de la Universidad de Sevilla. Los dos sirven en este tiempo. ¿Cuánta soledad ha generado la COVID-19? ¿Cuánta soledad más generará? ¿Hay ternura no manifestada? En el libro Elogio de la ternura incide el autor en la necesidad de la ternura en un mundo en desamor. Nuestra fe nos llama al amor, es el mandamiento principal, la clave de nuestra trascendencia, y el amor nos lleva al afecto. No perdamos el afecto en estos tiempos, aunque lo manifestemos como podamos. Hay muchas formas de hacerlo (olvidemos el codito), una sonrisa, una mirada especial, un gesto que el otro seguro identifica. Hablemos a los niños de la importancia de manifestar afectos dentro de las limitaciones de la situación. Hay otros libros, de los que quizás hablemos en otra ocasión, que he leído estos días donde hay soledad y falta de materialización física de afectos, de proximidad, de contacto tan necesario. Uno es Lo primero es el amor, de Scott Hahn, publicado por Patmos. El otro, El poder oculto de la amabilidad, de Lawrence G. Lovasik, también publicado por Patmos. Estos libros nos recuerdan la importancia del amor, la amabilidad, y también el problema de la soledad, además de la esencial ternura. Manifestemos en este tiempo, como podamos pero de forma intensa, que el otro perciba, el amor, la amabilidad y la ternura, manifestemos nuestros necesarios afectos y alejemos la soledad tanto individual como colectiva.