Personalmente he asistido y vivido el reciente Congreso de Laicos como un acontecimiento eclesial importante. Ha sido como un despertar del laicado con una enorme movilización. He podido comprobar la gran riqueza y diversidad de carismas laicales que existen en nuestra Iglesia, provenientes de movimientos, asociaciones y otros colectivos de lugares y experiencias muy diversas.
He de reconocer que el Instrumentum Laboris y los distintos encuentros preparatorios, que tuvimos en la diócesis, ayudaron de alguna manera a preparar el ambiente. No obstante, la experiencia supera con creces todo lo que personalmente había imaginado que podía llegar a ser dicho Congreso.
La primera gran sorpresa fue la alta participación y diversidad de laicos. Y también la alta presencia de los obispos españoles, incluidos el presidente de la Conferencia Episcopal y el recién llegado Nuncio Apostólico. Allí pudimos ver y experimentar a toda la Iglesia y su gran riqueza. Ha sido una experiencia de comunión extraordinaria. Me llamó la atención cómo los mismos obispos participaban de manera activa no solo en las conferencias sino también en cada uno de los grupos, como uno más, escuchando y aportando sus ideas. Con todo ello, se podía ver cómo el diálogo se hacía camino para discernir y encontrar respuestas a los grandes desafíos.
Otro elemento destacable fue la multitud de testimonios y experiencias compartidas tanto en las distintas líneas de acción como en los pequeños grupos de reflexión. Esto permite, sin duda, conocerse mejor y profundizar en el conocimiento mutuo. Todo ello nos ha permitido convivir, tender puentes, reflexionar, dialogar, estrechar lazos, conocer nuevas respuestas de una Iglesia sin duda muy viva y con un deseo enorme de renovarse.
Otro elemento reseñable y no menos importante, ha sido el gran trabajo de coordinación de todo el encuentro. No era fácil montar un congreso para 2000 personas con una dinámica totalmente novedosa, donde no sólo estaban las conferencias en las cuatro líneas de acción sino también los testimonios y experiencias en grupos más pequeños, 50 en total, y por último los grupos de diálogo y reflexión que estaban compuesto por 25 congresistas cada uno, donde se intentaba dar respuesta a las preguntas planteadas. Se pudo ver la gran coordinación y la gran generosidad de todos los que lo hicieron posible. De hecho, el congreso se realizó en todas sus fases sin mayor problema y con total fluidez.
Básicamente la temática del Congreso giraba en torno a cuatro grandes líneas de acción o itinerarios; cada línea o itinerario se dividía a su vez en 10 temas a tratar y cada tema en una serie de experiencias y testimonios concretos que lo complementaban (112 experiencias y testimonios en total). Los campos o líneas, en los que participé más activamente en el Congreso, fueron los procesos formativos (formación de formadores) y la presencia en la vida pública (compromiso en la educación) con sus respectivos grupos de testimonios y experiencias y sus posteriores grupos de reflexión. Desde por la mañana hasta bien entrada la tarde era el no parar: pasábamos de una ponencia en una línea de acción a conocer unos testimonios y experiencias relacionados con esa línea, en la mayoría de los casos desconocidos para mí, y por último al pequeño grupo para ver qué sacábamos en claro y qué podíamos aportar. Se insistió en la necesidad de una formación permanente actualizada, que atendiera a los signos de los tiempos y respondiera a una lectura creyente de los acontecimientos.
Una palabra que continuamente sonaba como una especie de sintonía era la sinodalidad. Aquel encuentro era sinodalidad y nos animaba a todos a construir la sinodalidad de la futura Iglesia en nuestras diócesis, parroquias y comunidades. Sinodalidad y discernimiento eran las dos notas que se repetían una y otra vez… como llamada para construir el verdadero Pueblo de Dios que tanto el mundo necesita. La Iglesia la hacemos todos juntos, desde los diferentes carismas y ministerios, interactuando y comprometiéndonos, dialogando y buscando respuestas. La misión es la que marca el sentido de la Iglesia y no al revés; la Iglesia existe para la misión.
Por otro lado, quisiera destacar además dos momentos importantes y significativos del Congreso: el musical que nos ofrecieron los diferentes grupos cristianos el sábado por la noche y la Eucaristía final. La música expresaba y recogía lo que allí se estaba viviendo y la Eucaristía culminó el gran encuentro con Jesús que desde su palabra y su alimento nos envía renovados, con la fuerza del Espíritu, a la gran misión.
Por último, desearía que esta experiencia eclesial a gran escala y el camino emprendido no sea solo para el recuerdo, sino que se pueda traducir en un continuamos la marcha para buscar y andar caminos de comunión, sinodalidad, discernimiento y compromiso. Me gustaría que se tradujera, en cada una de las diócesis participantes, en signos concretos que fueran dibujando el nuevo Pueblo de Dios en Salida que el mundo, nuestra sociedad y nuestras comunidades necesitan. Seamos valientes y cojamos el encargo del mismo Espíritu Santo en renovar nuestro compromiso construyendo y conformando una Iglesia más de Cristo, más de comunión, que acoge y sale al encuentro del otro. Habría que ir pasando de un laicado colaborador a un laicado protagonista y sujeto de la acción misionera. Es el momento de ponerse en marcha.
Juan Manuel Rodríguez Muniz
Delegado diocesano de Enseñanza