Cuando en abril de 2018 se convocó el Congreso de Laicos, los obispos de la Conferencia Episcopal pusieron el futuro de la Iglesia española en “manos ajenas”. Este acto no pudo tener otra respuesta que la que se dió en Madrid aquel fin de semana, con miles de laicos entregados en cuerpo y especialmente en alma, al servicio de su Madre Iglesia.
De camino al Pabellón de Cristal, se respiraba en el ambiente una mezcla homogénea de ilusión y responsabilidad, amalgamada con el nerviosismo producido por un acto de tal envergadura. Una vez allí, conversando con los representantes de cada Diócesis, resultaba imposible encontrar a dos personas con el mismo carisma o sensiblidad. Aún así todos tenían una especie de fuego en su mirada, que como se descubriría a la conclusión del Congreso, era la llamarada del Pentecostés laical que iba a suceder.
Durante el transcurso del Congreso se notó el cariño puesto por la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar para que todas y cada una de las líneas temáticas abordara las distintas preocupaciones de la gran diversidad que acoge la Iglesia. En el transcurso de los diálogos se podía sentir cómo los congresistas, en un acto de saberse herramientas de Dios, hacían propuestas e intervenciones impulsadas por el Espíritu Santo, presente de manera permanente en el Congreso. En todo momento los obispos fueron muy cercanos a los laicos en ratos de café, coloquios e incluso bailes despreocupados durante el concierto del sábado por la noche.
Desde mi prisma de joven laico, he vivido con una especial ilusión ver cómo la Iglesia, muchas veces acusada de hermética, abría de par en par su corazón para que los laicos no solo lo viéramos, sino que también pudiésemos entrar y operar en aquellos rincones oxidados por el paso del tiempo.
En los grupos en los que participé, se trató la transición del mundo universitario al profesional. Se llegaron a diferentes conclusiones, entre ellas destacaron dos.
La primera era la falta de una formación cristiana específica que ayude a los jóvenes a comprender que no existe una dicotomía entre la ocupación profesional y la construcción del reino de Dios, sino que se deben ver esencialmente unidos.
Por otro lado, se constató una falta de confianza por parte de la Iglesia en la juventud y se destacó la necesidad de otorgar responsabilidades para alimentar en ellos una audacia que aporte aire nuevo al innegable esfuerzo que hacen aquellas personas mayores que constituyen una mayor representación.
La Iglesia española ha entrado de manera definitiva en una dinámica de sinodalidad gracias a este Congreso pueblo de Dios en salida. La convivencia en un mismo lugar de obispos, sacerdotes, consagrados, laicos… al encuentro de puntos de mejora, supone un ciclón de esperanza en el futuro de nuestra Madre.
No se va a entender el futuro de la Iglesia sin una simbiosis de los frutos de este Congreso y la línea doctrinal del Papa Francisco. Por un lado, habrá un esfuerzo especial en recuperar los valores y la actitud de los primeros cristianos, haciendo un anuncio del Evangelio desde la experiencia de Dios y el testimonio de vida. Será emocionante vivir como las parroquias, movimientos y distintas sensibilidades acogen estas ideas, que cuentan con el apoyo y ánimo de los laicos.
Por otro lado, se hará un gran esfuerzo por entender todos y cada uno de los carismas para ofrecer un acompañamiento integral de los miembros de la Iglesia. Muy ligado a esto se ha comentado también la preocupación y necesidad de adaptar la formación al mundo actual, abarcando el entendimiento del cristiano en la sociedad vertiginosa, relativista y tecnológica en la que vivimos. Por último, tanto el “hagan lío” para los jóvenes como una mayor presencia desacomplejada en cada uno de los entornos que rodean a cada laico será uno de los mayores retos de la Iglesia en su deber de acompañamiento de los fieles. No tiene lugar la desesperanza en el laico cristiano pues uno ha de saberse herramienta de Dios y confiar en esa condición de hijo.
Hay motivos de sobra para ser optimistas y estar ilusionados con el futuro. Todos los que formamos parte de esta familia estamos llamados a acompañar y ser acompañados por esta Iglesia que, tras la operación, respira.
Ramón Ángel Simonet Roda
Pastoral Universitaria Sevilla – Sarus, Universidad de Sevilla