Creo que el Congreso ha sido un acontecimiento único en la historia de la Iglesia Española y un aldabonazo en las conciencias individuales, y también en la colectiva, de los que formamos esa Iglesia, de todos, de consagrados y de laicos.
Quizá no fui consciente de que esto pudiera ser así hasta que llegué al encuentro ya que, aunque conocía que con antelación había mucha gente comprometida trabajando en su preparación, volcada en su organización, tratando de que en tres días escasos – de forma coordinada e intensa – se pudiera analizar la misión y actitud de los laicos en la Iglesia y en el mundo, no fue hasta que observé de primera mano lo que allí se había “montado” cuando comencé a hacerme cargo de la importancia y trascendencia de aquello en lo que iba a participar y de lo que iba a formar parte.
De una postura inicial recelosa – mejor, expectante – hacia lo que de ese Congreso pudiera salir fui mutando hacia otra ilusionante, implicándome en el mismo a medida que avanzaba, después de comprender que todo ese “tinglado” se había organizado para bien la Iglesia, que es lo mismo que decir para bien de la humanidad, para el bien del mundo, para que la salvación llegara a cuantos más mejor.
Para que todo esto ocurriera fue decisivo ver la presencia de dos mil personas seguidoras de Jesucristo – cada una con su idiosincrasia, con su forma de ser, con su realidad social, con su carisma, posiblemente al principio tan expectantes como yo – dispuestas a dar lo mejor de sí por buscar y hallar la manera ideal de hacer llegar a los demás la alegría del Evangelio, la ilusionadora y real llamada del Señor (Padre Misericordioso), su confortadora presencia entre nosotros, su cálida presencia.
Se vino a decir en varias ocasiones en el Congreso que éste suponía un “pentecostés renovado”, y creo que es una buena definición de lo que el mismo supuso pues pude sentir la “Llama” que a todos nos empujaba – desde nuestra vocación de laicos (que no es en esencia, y a estos efectos, muy distinta que la de los sacerdotes, religiosos y consagrados) – para llevar a los demás, con convencimiento y alegría, la “Buena Noticia” (que lo es).
Y ¿cómo hacer esto? Pues cada uno desde su realidad personal, con sus dones y cualidades puestos al servicio de los demás; venciendo las diferencias accidentales que nos puedan separar; caminando unidos, dentro de la diversidad; anunciando a Jesucristo y Su mensaje con coherencia, por medio de la palabra y de la obra; empatizando con los que lo conocen y con quienes no, haciéndoles ver que Dios es Padre y nos quiere y está con nosotros; en definitiva, llevándoles ese primer anuncio, que no es el primero en el tiempo si no en la substancia.
Fue importante, gracias al Congreso, poder darnos cuenta de que en esta empresa no estamos solos, que hay mucha gente implicada en el empeño, gente que quiere y busca lo mismo que tú y todo esto, desde el punto de vista humano, anima para seguir adelante sintiéndote feliz por haber sido llamado a través del bautismo para propagar, individual y comunitariamente, la Fe en la que crees.
La diversidad de procedencia y adscripción grupal originaria de cuantos fuimos a Madrid se hizo notar, no sólo en las ceremonias y actos comunitarios, sino también, y especialmente, en los grupos que formamos para tratar los cuatro itinerarios que marcarían el camino a seguir; sin embargo, había algo que nos unía y nos ayudó a superar las diferencias accidentales – además de nuestra creencia y más allá de nuestras maneras concretas de ponerla en práctica – y era el deseo de que esa Fe compartida fuera a más en nosotros, en aquéllos que no la conocían, o de los que conociéndola se habían alejado de ella; la disposición por parte de todos los participantes para poner lo mejor de sí mismos y de buscar juntos la forma óptima de que así fuera fue plena.
En cualquier caso, debemos ser conscientes de que este movimiento generado en el Congreso acaba de comenzar y no ha terminado con él; antes al contrario. Ahora queda desarrollar lo vivido, compartido y aprendido para que los fines perseguidos puedan ser alcanzados. El camino no es fácil pero sí ilusionante porque, después de todo, hay que tener claro que “No estamos construyendo para hoy. No estamos trabajando para mañana. Estamos forjando un camino para la eternidad”.
Finalmente, quiero comentar algo que, aunque pueda parecer anecdótico, no lo es en absoluto. A lo mejor pude comentarlo al inicio de estas líneas, pero como es también fruto de ese Congreso lo hago en este momento.
Cuando salí hacia Madrid conocía de forma cercana a algunas de las personas que integraban el grupo de Sevilla que también iban a participar en el encuentro; a otras, lo hacía de manera más superficial y a otras – no eran pocas – simplemente no las conocía ni había oído hablar de ellas. Ahora bien, debo reconocer que, tras casi tres días de convivencia intensa – enfrentados a un reto y a una tarea importante, orientados hacia una meta común y compartida -, regresé de mi viaje (misión) con la mochila llena de afecto hacia todas ellas. Aunque sólo hubiera sido por eso el Congreso mereció la pena.
Francisco Berjano Arenado, miembro del Consejo Diocesano de Pastoral