A continuación ofrecemos una serie de meditaciones semanales tituladas “Cuaderno de vida y oración” a cargo del sacerdote diocesano Carlos Carrasco Schlatter, autor del libro “Las conversaciones que tenemos pendientes”.
Llevar la vida a la oración
Vivimos en una sociedad acelerada, en la que se nos agolpan muchas cosas, muchas obligaciones, muchas urgencias, muchas inquietudes, muchas muchas muchas. Y es que aunque sean pocas parecen demasiadas.
Pero las cosas importantes, necesitan su tiempo, necesitan sentirse que ocupan toda nuestra atención, todo nuestro interés. Y Dios no es menos que el resto de las cosas, sino más bien Dios está en todas las cosas pero para ello todas las cosas deben estar primero en Dios.
Una buena dinámica de oración es aprender a llevar a Dios nuestros planes, proyectos y preguntarle si esos son los prioritarios, o si debiéramos poner otros por delante.
Señor, aquí te traigo mis proyectos, mis ilusiones, mis esperanzas, para que me ayudes a que todas ellas sean solo para honrarte más a ti, para hablar mejor de ti, para que otros te conozcan y te amen más a ti. Por desgracia no siempre las vivo con la generosidad que debiera, ni con el deseo de servirte que Tú tienes conmigo, ayúdame a crecer en ello.
Señor, también te traigo mis agobios, mis inquietudes, mis tristezas y mis problemas. Todas ellas las he intentado vivir como Tú hiciste con tus discípulos, pero ya sabes que me cuesta verte en la cruz de cada día.
Te quiero Señor, y creo en ti, pero mi fe tambalea en muchos momentos, no porque deje de creer en ti, sino porque dejo de creer en todo el bien que me haces y me regalas constantemente. Sé que siempre estás a mi lado, pero aumenta mi fe.
Encuentro con Dios
Todo lo que hacemos no es igual de prioritario, ni todo está dirigido a alcanzar nuestra meta, pero ¿cuál es nuestra meta? Hay quienes tienen por meta lograr determinados puestos en el trabajo, otros tener tantos hijos, otros tener tales propiedades, los hay quienes por desgracia ni tienen metas, y aún es peor los hay que ni siquiera se paran a pensarlo.
Dios está en todo, si todo lo que nos rodea busca a Dios, sino aunque Dios esté ahí siempre le ignoraremos. ¿Qué buscas en la vida? Seguramente dirás que buscas cosas sencillas, incluso es posible, que las cosas que buscabas en un determinado momento ya las hayas conseguido y simplemente ya no sabes qué buscar. Entonces es el momento de pararse y reflexionar un poco sobre cuál es el sentido de tu vida, y para qué estás aquí. ¿Para ir sumando días en tus canas y arrugas? ¿Para ver crecer a otros como un espectador de la vida? ¿Para disfrutar de tres momentos buenos y sobrellevar el montón de malos?
Estás en la vida para amar y para ser amado, para acrecentar la esperanza de que Dios existe en los que aman como Él nos amó al darnos la vida.
Estás para alentar en los más débiles y pobres la certeza de que no están solos, estás por corresponsabilidad de que todo lo que tienes Dios te lo ha dado para que lo repartas desde la humildad y sencillez de corazón.
Estás en este mundo para hacer vivo a Jesús en ti, y desde ti en los demás que le buscan. Pero estás también para cumplir sueños de vocación, sueños de don de Dios, sueños de “tanto amó Dios al mundo que entregó su vida por nosotros para que tuviéramos vida en Él”.
Por eso beneficiados de su amor, nosotros hoy le mostramos los frutos de su buena siembra, y de la paz que anida en nosotros gracias a Él.
A la luz de la Palabra Lc 10, 21-22
Todo el Mundo está a nuestros pies para someterlo (nos recordaba Gn 1,28), a nosotros nos toca entonces aprender a sacarle el mayor partido posible a la creación a nosotros entregada.
Con tal propósito el hombre ha ido, a lo largo de los siglos, intentando exprimir todos los recursos de la tierra. Pero ha olvidado en el proceso, que el mayor recurso es el hombre. A veces ha malinterpretado este recurso y así ha esclavizado a unos y sometido a otros a su voluntad e interés. Hoy el hombre se plantea ante el reto de que en un sistema globalizado puede perder hasta su identidad, o incluso no llegar a descubrirla.
Somos hijos de Dios, y eso hace que descubramos en Él a nuestro Abbá, Padre, y como bien sabemos ningún padre va a negarle el pan a su hijo (Lc 11, 11-13). Por eso, partiendo de la preciosa base de que Jesús está con nosotros cuidándonos y protegiéndonos, hemos de llenarnos de gozo en Él.
La clave de este evangelio sigue siendo ser sencillos como palomas (Mt 10, 16), pues quien poco espera con poco será feliz, y si obtiene mucho será inmensamente feliz. Pero quien espera mucho, acaba no pudiendo disfrutar de la mayoría de las cosas, añadiéndole a ello que además es del todo injusto esperar sin dar. No olvidemos que la medida que usemos la usarán con nosotros (Mt 4, 21-25), y la medida de Cristo es amar sin medida (Bernardo de Claraval), dar sin esperar nada a cambio (Lc 6, 35), en definitiva hacerse todo con todos para ganar a unos pocos (1 Cor 9, 22).
Encontramos en este evangelio una lección de amor por la que el hombre se sabe hijo de Dios, pero descubre en Él un corazón de madre que le anima a mirar a los demás del mismo modo, amando sin límite.
Llevar la oración a la vida
Fue San Agustín quien dijo: “Ama y haz lo que quieras: si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor” (Comentario a la carta de San Juan 7,8).
La Santidad no es más que mostrar al Cristo que vive en mí, por la gracia de los sacramentos somos conscientes que Dios está en nosotros como un centinela en la aurora (Salmo 129), y hemos nosotros de disponernos ante Él no con exigencias, sino con servicio. No podemos olvidar en ningún momento que si Cristo no ha venido a ser servido sino a servir (Mt 20, 28), nosotros no vamos a ser menos que Él a la hora de estar prontos a servir a los demás y a Dios mismo.
La oración y la vida deben permanecer unidos, ambas se alimentan diariamente. Encontramos la santidad en una oración fuerte que reflexiona los errores, descubre los matices, se interroga por los caminos, y anhela amar más cada día a Dios en los hermanos. Al fin y al cabo no podemos olvidar que lo que hacemos a los que nos rodean lo hacemos a Cristo mismo (Mt 25, 40).
Maravilloso regalo el de descubrir en nosotros una riqueza tan enorme como la de sabernos elegidos por Él. Así podremos afrontar grandes retos, riquezas y hermosas perspectivas. Dios es quien lo ha hecho, es un milagro patente (Salmo 117). Y de ese milagro brotara algo nuevo, ¿no lo notáis? (Is 43, 19).
Dispón tu corazón al deseo de que Dios ocupe más lugar en él, pídele incesantemente que todo tú sea Dios en ti. Abre tu alma para que de ese modo tengas la certeza que no hay distancia entre cielo y tierra porque Cristo está contigo. Y no dejes nunca de olvidar que si Dios está contigo, quienes están con Él también lo están. Así aquellos que forman el coro de los santos iluminan cada día tus pasos. ¡Qué mejor motivo para levantarse que el de escuchar el canto de los ángeles!