The Rider no es un filme corriente ni es fácil explicar por qué en pocas líneas. Ha conquistado a la crítica y ganado numerosos premios.
La directora, Chloé Zhao, nació en Pekín, ciudad que abandonó con 14 años para instalarse finalmente en los Estados Unidos. Viajando por el país descubrió la Reserva India de Pine Ridge, en Dakota del Sur, donde viven nativos americanos que descienden de los Sioux; vaqueros por tradición, se dedican fundamentalmente a los caballos, los toros y los rodeos. Allí rodó Zhao su primera película Songs My Brother Taught Me (2015) y allí conoció también a Brady Jandreau, protagonista absoluto de The Rider, la cinta que nos ocupa.
Recientemente estrenada en nuestro país, The Rider es una película indie cien por cien, donde realidad y ficción se mezclan para componer un drama intimista, con la dureza de la tierra y la belleza del paisaje como testigos de las aspiraciones y los sueños de sus pobladores.
Zhao ha contado con los tres miembros de la familia Jandreau como improvisados actores, que se interpretan a sí mismos para contarnos la vida que llevan. Son Tim, el padre; Brady, el hijo mayor; y Lilly, la hija, que padece el síndrome de Asperger. El resultado es sorprendente y cautivador, por la habilidad de la directora para engranar en el relato elementos de realismo documental con otros de invención cinematográfica.
Brady era un jinete de rodeo, admirado por sus amigos y paisanos. Después de sufrir un accidente que casi le cuesta la vida, su esperanza es recuperarse cuanto antes para volver a montar. “Dios nos da a cada uno un propósito: para los caballos es correr por la pradera; para un cowboy montar el caballo”, dice Brady en la película. Este es su horizonte vital, el espacio físico y psíquico que debe reconquistar para volver a sentirse hombre. Y el espectador le acompañará en ese viaje interior para intentar recomponer su sueño roto. Junto a él conoceremos a su familia (la madre falleció) y a sus amigos; sus habilidades en la doma de caballos; las dificultades económicas para salir adelante; el recurso escapista aunque puntual a la droga; y sus creencias cristianas, mostradas con naturalidad en un par de emotivas escenas.
Por lo dicho, el lector concluirá que se trata de un filme más bien para cinéfilos… y no se equivoca. Este valioso, singular y contemplativo western fluye con calma, al ritmo de unos sentimientos que van anidando poco a poco en el alma. Y con autenticidad, gracias a la exquisita sensibilidad de Zhao y a la extraordinaria interpretación de un no actor, Brady Jandreau, justamente premiado en la Seminci 2017.
Juan Jesús de Cózar