Contemplamos este bello cuadro que representa el quinto misterio glorioso del Rosario, cuando después de subir al cielo en cuerpo y alma, María recibe el homenaje de la Trinidad con su coronación como Reina y Señora de todo lo creado.
En este cuadro el pintor Domingo Martínez nos presenta a la Virgen participando de la gloria trinitaria; así, la vemos ocupando el centro de la Trinidad, en la cual entra gracias a que Ella fue capaz de vivir su vida desde el amor, ese amor que es lo que une al Padre y al Hijo y el Espíritu Santo.
Verdaderamente, la coronación de María es el momento en que la Virgen alcanza el destino feliz de plenitud y bienaventuranza, de su glorificación, de su perfecta configuración con su Hijo muerto y Resucitado, el cual en su vida terrena sólo llevó una corona, la de espinas. Y porque María sabe vivir desde el servicio y la disponibilidad, como humilde esclava del Señor, es glorificada como Reina.
Si toda la vida de la Virgen estuvo indisolublemente unida al misterio de su Hijo, también está indisolublemente asociada a la Resurrección de Cristo: la Asunción de la Virgen y su coronación es su plena configuración con Cristo Resucitado y glorioso.
Pero lo importante de que nosotros contemplemos la coronación de la Madre de Dios es que esta escena nos recuerda que cada uno de nosotros estamos llamados a vivir esta glorificación plena, ya que la Asunción y la coronación de María es también el destino de todos los hijos de Dios. Por ello, este cuadro es para nosotros una llamada a la esperanza, la esperanza de lo que nosotros estamos llamados a compartir con María, es decir, nuestro acceso en el amor de la Trinidad.
La Asunción a los cielos en cuerpo y alma y la coronación no es solamente una cuestión personal de María, algo que le ha sucedido a Ella y no tiene nada que ver con nosotros, sino que es un acontecimiento de salvación para toda la Iglesia, del que María es primicia.
Lo que le ha sucedido a María, es lo que ha de sucedernos a todos nosotros.
En María, la Iglesia conoce con gozosa anticipación el final feliz de su historia e incluso lo ve realizado ya como primicia: María es la Iglesia plenamente salvada y por ello, la Virgen es para nosotros signo de consuelo y de segura esperanza.
Este cuadro nos muestra a la Virgen amada por las tres personas de la Trinidad, y así, debemos descubrirnos nosotros también amados por Dios, con un amor que nos envuelve, que nos llena y nunca acaba.
La coronación es para la Virgen el cumplimiento de sus propias palabras, las que Ella canta en el Magníficat, en el que anuncia la victoria de los pobres, los sencillos y los humildes.
Por tanto, si nosotros somos capaces de vivir en nuestra vida cotidiana las actitudes de María, también seremos coronados un día por la Trinidad.
Dice San Juan Pablo II en la Rosarium Virginis Mariae: “Al fin, coronada de gloria, como aparece en el último misterio glorioso, María resplandece como Reina de los ángeles y de los santos, anticipación y culmen de la condición escatológica de la Iglesia”.
Es decir, todos nosotros estamos llamados a ser coronados como María; la coronación de la Virgen es también nuestro destino si, como Ella, vivimos desde la fe, la caridad, la esperanza y el servicio.
Pero esto no nos llena de esperanza sólo para la hora de nuestra muerte, sino que ya toda nuestra vida queda marcada e iluminada por este hecho, de manera que tenemos que imitar a la Virgen para que podamos compartir con Ella este destino de la Vida plena y definitiva que Jesús nos ha traído con su resurrección y nos ha anticipado con la Asunción y la coronación de su Madre.
María nos enseña el camino aquí en la tierra, para poder llegar al cielo: por medio de la fe en Cristo, no siguiendo a nadie más que a Él, e imitando sus virtudes, aquellas que nos muestra siempre el Evangelio: servicio, disponibilidad, caridad, entrega, amor…
María es Reina, como Jesús es Rey: es decir, desde el servicio y el amor, no desde el poder o la violencia; la corona de Cristo fue de espinas y eso configura la corona de María, hecha de entrega y obediencia.
La forma en la que Jesús es Rey, eligiendo el servicio antes que el dominio, ilumina el significado de la coronación de la Virgen María.
Leemos en la Redemptoris Mater: “La que en la anunciación se definió como « esclava del Señor » fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera « discípula » de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre « no ha venido a ser servido, sino a servir » (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, « sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar »”.
Luego, si nosotros servimos a nuestros hermanos, también seremos coronados como María, seremos coronados con María y en María.
Pero debemos reflexionar: ¿qué actitudes de mi vida diaria impiden que yo sea coronado?, ¿Al igual que María, llevo la corona del servicio, la caridad y la disponibilidad o por mi falta de amor y mi indiferencia sólo llevo la corona de mi egoísmo?