El 23 de mayo, el Papa Francisco, al celebrar la Santa Misa en la Solemnidad de Pentecostés, volvió a iluminar un mundo con innegables tinieblas. Así, dijo en la Homilía que hoy es el tiempo de la consolación, del gozoso anuncio del Evangelio, de llevar la alegría del Resucitado. Tres ideas están inmersas en la frase. Primera, Pentecostés es tiempo de consolación, evocando el concepto, de acuerdo con la Real Academia, la acción y el efecto de consolar que implica aliviar la pena o aflicción de alguien. Hoy, el mundo y nuestra sociedad cercana tienen motivos para mostrar aflicción. En Pentecostés, el Espíritu Santo nos da luz para consolar, una luz que deberíamos mantener siempre, pero que se renueva con cada contacto espiritual que tengamos con el Espíritu Santo, algo que deberíamos frecuentar. La segunda idea es el gozoso anuncio del Evangelio, cuya lectura meditada y comprendida en su auténtica dimensión nos mueve a materializar el bien común en un ámbito de trascendencia para los creyentes. Pero el Evangelio también debería ser fuente de inspiración para los no creyentes, compartiendo, creyentes y no creyentes, un deseo común de transformación del mundo. El Papa Francisco insiste en la unidad para la acción bajo la fuerza inspiradora del Evangelio, que, insistimos, podría ser común para creyentes, incluidos los de otras religiones y creencias, y no creyentes. Llevar la alegría del Resucitado es la tercera idea. Cuando Jesús resucita, dispersa las sombras de tinieblas y se recupera alegría del mensaje que para algunos parecía perdido.
Para el Papa Francisco, Pentecostés es el tiempo para derramar amor sobre el mundo; y también es el tiempo de la misericordia. Amor es lo que necesita el mundo y también, como nos ha insistido el Papa de forma reiterada, misericordia. Necesitamos mucho amor y mucha misericordia. El Papa incide en la idea del Paráclito como consolador en los momentos difíciles como el que estamos atravesando debido a la pandemia, sindemia teniendo en cuenta que causa más daño a los más débiles y desprotegidos. Nos podemos sentir perdidos en una realidad líquida, de acuerdo con Zygmunt Bauman, un mundo incierto lleno de inequidad. Por ello, invita a mirar a los Apóstoles en el tiempo previo a la Resurrección, en aquella mañana estaban solos y perdidos, tenían las puertas cerradas por el miedo, vivían en el temor y ante sus ojos estaban todas sus debilidades y fracasos, sus pecados, puesto que habían renegado a Jesucristo. Pero nos dice el Papa Francisco que tras haber recibido el Espíritu todo cambió: los problemas y los defectos siguieron siendo los mismos, pero, sin embargo, ya no los temían porque tampoco temían a quienes les querían hacer daño. Se sentían consolados interiormente.
El Papa nos llama a ser paráclitos consoladores, haciéndonos próximos. Estamos en el tiempo gozoso del anuncio del Evangelio derramando amor sobre el mundo. De acuerdo con el Papa, el Paráclito también aconseja buscar el todo, no la parte, que nos constituye como Iglesia en la multiforme variedad de carismas, en una unidad que no es nunca uniformidad. Es en el conjunto, en la comunidad, donde el Espíritu prefiere actuar y llevar la novedad.
El Papa nos insiste que entre los apóstoles había ideas políticas opuestas, visiones del mundo muy diferentes. Pero cuando recibieron el Espíritu aprendieron a no dar la primacía a sus puntos de vista humanos, sino al todo de Dios. El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo! El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposición. Es un mensaje muy importante cuando vemos en el mundo de la política tanta oposición de unos a otros que nos hace pensar si nos han olvidado en sus luchas partidistas. Estoy seguro no es así, pero se debería buscar con más afán el escenario común del bien compartido.
Busquemos el todo es una hermosa petición del Papa Francisco, pidamos la luz del Espíritu Santo para lograrlo, y seamos misioneros de la consolación.