Este es el lema para la Jornada Mundial del migrante cuyo contenido es aplicable a todos en todo momento.
Lo inicia el papa con una cita de Fratelli tutti: “Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros” (n. 35).
La historia del “nosotros” empieza en el momento de la creación cuando Dios crea al hombre y la mujer, seres diferentes pero complementarios y les pide que sean fecundos y se multipliquen para formar un nosotros cada vez más grande. Dios nos creó a su imagen, a imagen de su ser uno y trino, comunión en la diversidad”
Cristo, cuando ve que su final se acerca pide que todos sean uno. Y en Ap 21,3 leemos: “¡Esta es la morada de Dios entre los hombres! Él habitará entre ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos”.
La historia de la salvación ve, por tanto, un nosotros al inicio y un nosotros al final, y en el centro, el misterio de Cristo, muerto y resucitado para «que todos sean uno»
Pero en la actualidad el nosotros querido por Dios, nos dice el papa, se encuentra fragmentado, herido y desfigurado. Eso se manifiesta de una forma especial en momentos de crisis, como en la actual pandemia. Tanto en la Iglesia como en la sociedad, los nacionalismos cerrados y agresivos y el individualismo radical resquebrajan el nosotros, haciendo que el peor precio lo paguen los más desfavorecidos, que rápidamente convertimos en los otros: extranjeros, migrantes, marginados…
Todos estamos en la misma barca y urge por tanto que nos comprometamos para que no haya más muros que nos separen sino a construir puentes que nos unan hacia un nosotros integrador para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias, sin imponer una uniformidad que despersonaliza.
Estamos llamados en nuestra iglesia local de Sevilla a hacer realidad lo que San Pablo pedía a la comunidad de Éfeso: «Uno solo es el Cuerpo y uno solo el Espíritu, así como también una sola es la esperanza a la que han sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo»
En este abrazo a todos entran también los extranjeros, los migrantes, los refugiados. Por eso, cualquier bautizado, independientemente de su procedencia se debe sentir como en su propia casa en la comunidad eclesial local a la que asista. Una única Iglesia, una única familia.
No estamos solos, el Señor nos prometió estar con nosotros hasta el final de los tiempos. Construyamos un nosotros cada vez más grande