El Papa Francisco, con su sensibilidad habitual respecto a las periferias, ha considerado que los católicos de todo el mundo, al menos un día al año, hemos de dedicarlo a las personas en exclusión, los pobres. Para ello ha convocado la II Jornada mundial de los pobres el día 18 de noviembre, bajo el título: “ESTE POBRE GRITÓ Y EL SEÑOR LO ESCUCHÓ” (Sal. 34,7). En dicho mensaje manifiesta y destaca la bondad de Dios con el pobre, con aquel que sufre la tristeza, la soledad y la exclusión. Aquel que es atropellado en su dignidad. El perseguido, el oprimido y atemorizado por situaciones inhumanas a los que el resto de personas, al no sufrir lo mismo, les pasan desapercibidas o las admiten al no luchar contra ellas en favor de quienes las sufren.
El grito del pobre
El Papa describe los tres verbos que en el salmo indicado son los pasos entre Dios y el pobre.
El “grito” que está dando el pobre dirigiéndose a Dios y que Él nos traslada haciéndonos examinar nuestras conciencias para, como decía Santa Teresa de Calcuta, siendo conscientes de su sufrimiento, poder “ser el lápiz de Dios”.
Es el empuje que Dios quiere y que desea que sintamos, para actuar a favor de aquel que está sufriendo la pobreza con denuncias e iniciativas que vayan realmente dirigidas a sacarlo de la exclusión, huyendo de la complacencia personal o grupal, por un gesto aislado de altruismo.
La «respuesta» de la Iglesia
El segundo verbo es “responder”, con la toma de conciencia que ha de partir de toda persona creyente a favor de los pobres. “La Jornada Mundial de los Pobres”, como la llama el Papa, pretende ser la respuesta a la situación en toda la Iglesia y que los pobres se den cuenta de que su grito ha sido atendido.
Como dice: “La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia, sino que exige esa “atención amante” que honra al otro como persona y busca su bien” (Evangelii gaudium, 199). Dios quiere a la comunidad cristiana en situación de hermandad y sensibilidad para una toma de conciencia con la situación de los pobres, sufriendo con el que sufre.
Y de ahí partir en el reconocimiento de su proximidad para hacer presente al resto de la sociedad que es necesaria la ayuda para su promoción como personas y hermanos que son.
La actitud liberadora del cristiano
El tercer verbo es “liberar”, lo contrario de lo que esta sociedad, en la que estamos inmersos los que nos decimos cristianos, está haciendo con las personas que sufren la pobreza.
Pensemos que no tuvieron las mismas oportunidades, motivo por el que no han podido desarrollar las potencialidades que Dios les dio. Se les está negando cualquier solución.
Pierden los pobres pero también pierde la sociedad que no se ha ocupado de ellos. Se ha de romper esta inercia. Su actitud con respecto a ellos, es hacerlos presentes para que sean reconocidos como seres humanos.
“Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (Evangelii gaudium, 187).
La actitud de la comunidad cristiana
Para romper con efectividad y continuando la línea que marca el Papa Francisco hemos de interiorizar lo que nos dicen las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2016-2021: “En una perspectiva evangelizadora es imprescindible que los laicos estén presentes y actúen en las instituciones públicas, tratando de llevar a la práctica la influencia de la fe cristiana a favor del bien común” (p. 78). Y también: “Una comunidad cristiana misionera tiene que aparecer ante el mundo como una comunidad compasiva, servicial, comprometida en la lucha contra el sufrimiento y contra cualquier forma de violencia o de injusticia contra cualquier ser humano” (p.80).
Se destacan las diversas expresiones de la pobreza: económica (carecer de alimentos, de vestido, de casa, de trabajo); cultural (analfabetismo con la ausencia de oportunidades para la formación); social (ancianos en soledad, reclusos, emigrantes y refugiados); espiritual (desorientación moral, vacío espiritual, falta de sentido de la propia existencia).
¿Qué podemos hacer?
El Papa, en la encíclica Laudato Si nos recuerda que “a problemas sociales se responde con redes comunitarias”. Por ello es conveniente unir esfuerzos para luchar contra toda clase de pobreza. En las Orientaciones Pastorales Diocesanas se plantea la necesidad de “crear grupos de visitadores misioneros” en cada parroquia.
Si esto se consolidara en alguna de las parroquias, especialmente periféricas, se conocerían las auténticas necesidades de la feligresía y sus problemas, como las de aquellas personas que están sufriendo una situación de paro, con el objeto de que los distintos profesionales encontrasen trabajo al ponerlos a disposición del resto de sus vecinos y parroquianos.
“Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos unos a otros, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, vuelve actuante la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su camino hacia el Señor que llega” (Papa Francisco).