Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,1-6):
EN el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tretarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio ttetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajador;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Comentario
– Todavía no me creo lo que estamos haciendo, Jesús. Más de un centenar de personas, familias enteras, te acompañamos hacia Jerusalén, sabiendo que allí las cosas se pueden poner muy feas… Pero lo que más me cuesta trabajo creer es que yo esté aquí y hablando contigo.
– ¿Por qué dices eso, María? ¿Acaso quieres volver a Magdala?
– No digas eso, ninguno de nosotros quiere separarse de ti, ya lo sabes. Además de Magdala tengo muchos malos recuerdos. Si todos los que estamos aquí hemos cambiado mucho, yo creo que la que más ha cambiado soy yo. Es como si hubieras echado de mí los siete demonios.
– Tú no eras una mala mujer.
– Orgullosa, manipuladora, rencorosa, vana y superficial, amiga de cotilleos y de rumores, egoísta y con una religiosidad formalista y vacía que ni me transformaba ni llenaba mi corazón; allí tenía una vida y una fe de cumplimiento… Pero todo esto ya lo sabes tú.
– También eras, y eres, sensible y cariñosa, inclinada a compadecerte de los que sufren y a perdonar sin dobleces. Yo te conozco y no diría que eres vana y superficial, al contrario, tu amor a Dios y el Reino me llena muchas veces de admiración.
– Pero todo eso lo has conseguido tú, sin que yo sepa muy bien cómo. No quiero adularte, pero tus enseñanzas nos desnudan sin que sintamos vergüenza, y, sobre todo tu presencia nos hace más buenos, distintos. En ti el Padre nos ha dado un don.