Una mujer, una persona que de la noche a la mañana se vio aquejada de esa enfermedad autoinmune que es la alopecia, y que podría haber tenido que sorber sus propias lágrimas, acostumbrarse a lo inevitable, y aprender a convivir con su imagen, en la reciente gala de los Oscar ha sido objeto de esa falta de sensibilidad que algunos muestran, porque quizás no han tenido que enfrentarse en su vida a experiencias que le dan un vuelco a la misma.
Jada, la hermosa Jada, que no ha podido elegir el anonimato y que se codea con las grandes y explosivas bellezas del panorama cinematográfico, ha sido puesta bajo la gigantesca lupa del mundo, y por todos sus recodos se ha aireado que su cabeza nunca estará adornada por una frondosa cabellera. Da la impresión de que no tiene problemas en visibilizar esta realidad actuando normalmente. Hasta puede que en su momento, cuando se le presentó esta circunstancia personal, la acogiera con toda entereza. Y eso, ¿a quien le importa? La realidad es que en este evento de notoriedad global al que acudiría, como los demás invitados, con el afán de pasar un buen rato y la emoción de saber que su esposo podía obtener el máximo galardón, como así ha sido, sin darle tiempo a respirar tuvo que enfrentarse a las miradas de sus famosos compañeros. Ser objeto de mofa ante la multitud de desconocidos que hallándose conectados vieron el desafortunado momento multiplicado al instante por todos los medios digitales. Además, tuvo que ver cómo su esposo, saliendo en su defensa, ante un hecho imprevisible y doloroso para él (las agresiones a los que amamos nos duelen más que las dirigidas a nosotros mismos), actuando impetuosamente se convirtió en involuntario protagonista de la noche.
Un sufrimiento absurdo, que para ambos no ha cesado, porque están en el ojo del huracán, han corrido ríos de tinta y el desgraciado episodio no se olvidará fácilmente. Puede que hasta se califique a esta 94 edición de los Oscar como la del bofetón. A ciertas noticias, como ésta, las grandes cabeceras de los noticiarios siempre les dan amplia cobertura, y mucha gente parece tener tiempo para alimentarse de cotilleos que no van a ninguna parte. Triste modo de obtener más fama.
Me pregunto: ¿No hay miles de formas de suscitar la hilaridad del público?, ¿había que elegir una víctima…? ¿Qué pensarían los que vierten sus críticas si el esposo hubiese encajado el momento con el rostro compungido, o una simple mueca de desaprobación? ¿Podemos aventurar las consecuencias que tienen nuestras acciones en los demás? No entro en juicios ni valoraciones de unos y de otros; no es mi cometido. Pero con este episodio vuelvo a recordar la gran responsabilidad que tenemos sobre los demás. Porque si no valoramos de antemano, si no impedimos que broten de nosotros gestos que pueden herir la sensibilidad de otras personas, estaremos empujándolas a dar respuestas que no son las más adecuadas. Al menos, seremos culpables de no haberlas evitado.
Cuán cierto es el consejo que dio Denzel Washington a Will Smith: «Ojo, en el momento más importante de tu vida es cuando llama a la puerta el demonio». Yo apostillaría: todos los momentos, es decir siempre, son ocasión aprovechada por él para inducir al mal. Y en ese riesgo cierto estamos todos. Ahorrémonos entonces calificativos para un hecho que simplemente creó la inconsciencia, ataviada de espontaneidad, que ya se ve a dónde conduce cuando es inmadura: puede generar violencia instantánea, no buscada, no premeditada, sino fruto de una emoción que sobrepasa los límites del respeto. Muchas veces lo que se siembra, se cosecha. Incluso aunque se pida perdón, como hizo Smith, el daño ya ha sido causado. Por cierto, ¿pidió disculpas Chris Rock???
No hay nada más cruel que ensañarse con el dolor ajeno. Es evidente, como he dicho en numerosas ocasiones, que cuanto más lejos de nosotros lo vemos, menos nos afecta. El que se percibe en primer grado y el de los cercanos, ese que cambia la vida, es el que mayor peso tiene. Respetemos y actuemos empáticamente con las personas que sufren por cualquier razón, aunque no lo muestren, no aireen sus problemas y tengan la posibilidad de maquillar sus males o quieran hacerlo. Nunca añadir nuevas heridas o ahondar en las que ya se tienen. Ante el dolor de los otros la prudencia, la educación, la delicadeza, entre otras muchas virtudes, son la única respuesta. Dejemos en paz a los demás.
Isabel Orellana Vilches