- Por nada de este mundo cometer pecado, ni siquiera venial con plena advertencia, ni imperfección conocida.
- Intentar ir siempre en la presencia de Dios, según las obras que se estén haciendo.
- Nada de hacer ni decir cosas importantes que Cristo no pudiera hacer o decir si estuviera en el estado en el que me encuentro y tuviera la edad y la salud que tengo.
- Intentar en todas las cosas la mayor honra y gloria de Dios.
- Por nada del mundo dejar la oración mental que es el alimento del alma.
- No omitir el examen de conciencia, bajo pretexto de estar ocupados y, por cada falta cometida, hacer alguna penitencia.
- Tener un gran arrepentimiento por el tiempo no aprovechado o que se haya escapado sin amar a Dios.
- En todas las cosas, altas y bajas, tener a Dios por fin, pues de otro modo no se crecerá en perfección y mérito.
- Nunca faltar a la oración y, cuando se viva la aridez y dificultad, perseverar en ella, porque Dios quiere muchas veces ver lo que hay en el alma y eso no se prueba en la felicidad y en el gusto.
- Del cielo y de la tierra siempre lo más bajo y el lugar y el oficio más ínfimo.
- Nunca entrometerse en aquello que no fuera encargado, ni discutir sobre algo aunque se tenga la razón. Y, en lo que fuera ordenado, no imaginar que se tiene la obligación de hacerlo a quien, bien examinado, nada obliga.
- No ocuparse de las cosas ajenas, sean buenas o malas, porque, además del peligro de pecar, esa ocupación es causa de distracciones y menosprecia el espíritu.
- Buscar siempre confesarse con profundo conocimiento de la propia miseria y con sinceridad cristalina.
- Aunque las cosas de obligación y oficio se vuelvan difíciles y molestas, no por eso se debe desanimar, porque no siempre será así, y Dios, que prueba el alma simulando trabajo en el precepto, en breve te hará sentir bien y en ganancia.
- Recordar siempre que todo se pasa, sea próspero o adverso, viene de Dios, para que así no se cae en soberbia por un lado, ni en desánimo por otro.
- Recordar siempre que no se llegó santo sino para ser santo y, así, no consentir que reine en el alma lo que no conducirá a la santidad.
- Ser siempre amigo de dar alegría a los otros más que a uno mismo, y así, en relación al prójimo, no tener envidia ni predominio. Entiéndase que esto se refiere a lo que está de acuerdo con la perfección porque Dios aborrece a los que no anteponen lo que le agrada al beneplácito de los hombres.
San Juan de la Cruz, Pequeños Tratados Espirituales
Fuente: Aleteia