Esta es una de la frases del papa Francisco que podemos encontrar en el mensaje para la Jornada de la Paz del uno de enero. Nos puede sorprender la contundencia , pero no es original de él, esta idea más desarrollada la podemos ven en la encíclica Caritas in veritate en el número 66.
Está claro que consumir es necesario, diariamente lo hacemos: comida, ropa, calzado, vivienda, ocio… Es legítimo que aspiremos a llevar una vida digna y confortable. El problema, nos advierten los papas, es cuando hacemos del consumismo un fin en sí mismo, cuando consumir se convierte en un nuevo estilo de vida. Cada cultura tiene sus propias formas de consumo, prioriza unos bienes sobre otros; pero está claro que la publicidad ha entrado de forma permanente en nuestras casas y nos lleva a adquirir nuevos productos que nos prometen la felicidad, el bienestar, garantizan nuestro futuro o el de los hijos, éxito en los negocios, éxito en la vida… Incluso cuando los índices de consumo bajan o se mantienen estables, saltan las alarmas diciendo que peligra la economía si no aumenta el consumo.
¿Por qué consumimos?
A parte de por necesidad, como decíamos al principio, existen otros motivos que nos llevan a plantearnos si el hacerlo entra dentro de lo que es correcto.
Una de las razones que nos lleva a consumir en exceso es la imitación. Si nuestros amigos, un vecino o un famoso, muestran algún producto nos entra ganas de tenerlo. Eso lo saben muy bien las compañías publicitarias que continuamente nos crean nuevas necesidades; nos dan motivos para sentirnos insatisfechos con lo que tenemos.
Otra razón para consumir es la compensación. Muchas personas confiesan haber estado tristes y superar esa tristeza, malestar o depresión, comprándose cualquier cosa que se les “antojaba”.
Consumir es también un indicador de nuestro éxito. Si no se va a la moda, si no se tiene el último móvil o coche, o no se viaja suficientemente puede ser un indicio de que las cosas no nos van bien. Por eso, consumir, se convierte en algo que nos revaloriza socialmente.
En ninguno de estos casos, la persona se identifica como consumista, por ello es más difícil luchar contra esto.
Lo cierto es que el estilo de vida de los países ricos está poniendo en peligro a nuestro planeta y, sobre todo, está impidiendo el desarrollo de millones de personas que viven en países empobrecidos. Una minoría de los habitantes de la Tierra (menos del 20 %) está consumiendo la mayor parte de los recursos (más del 80%). Esto significa que si todo el mundo consumiera lo mismo que se consume en EEUU, Japón, Canadá, Noruega…o España, necesitaríamos varios planetas para satisfacer la demanda de agua, minerales, alimentos, energía,… Pero no solo eso, la contaminación y la gestión de los residuos son también un problema.
Si todos los habitantes del planeta produjeran una contaminación semejante a los de EEUU, la Tierra se convertiría en un inmenso vertedero rodeada de una nube tóxica.
Con ser esto grave, no es lo principal. Una parte de los productos que usamos, además, no están hechos por personas que reciben un salario justo por su trabajo, o que poseen un contrato laboral que garantice sus derechos, sino que están fabricados por niños o adultos en condiciones de explotación, de manera indigna. Son los rostros de la esclavitud de la que nos habla el papa en el Mensaje para la Jornada de la Paz de 2015.
Por eso los papas insisten en la responsabilidad individual y la responsabilidad social de las empresas. E insisten en que es necesario implantar estilos de vida orientados al ser y no al tener. Hay que esforzarse, nos dicen, en la búsqueda de la verdad, la belleza y el bien, así como la comunión con los demás hombres para intentar un crecimiento común. Este crecimiento común debe determinar no solo las opciones del consumo sino también los ahorros y las inversiones. Insisten los papas en que hay que educar hacia estos valores al consumidor.
No podemos ni moral ni éticamente sostener un sistema económico que permite que los países ricos puedan tener todo lo que necesiten, dejando a los países en desarrollo solo con una ínfima parte de los recursos aunque estos países sean los que disponen de la mayoría de los recursos naturales.