María, sorprendida en la Anunciación y aceptando lo que le dice el Ángel, ya sabe que va a ser Madre de Jesús Hijo de Dios, y aun así, conociendo para lo que ha sido escogida, sale al encuentro del otro en la persona de su prima Santa Isabel. “Pero tú, Belén de Efratá, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial” (Miqueas 5)
Como dice el Papa Francisco: “Para celebrar la Navidad, estamos llamados a detenernos en los lugares del “asombro”.
Estos lugares son tres:
- El primer lugar es el “otro”, en quien reconocemos a un hermano, porque desde que sucedió el Nacimiento de Jesús, cada rostro lleva marcada la semejanza del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro del pobre, porque como pobre Dios entró en el mundo y los pobres, en primer lugar, dejó que se acercaran.
- El segundo es la “historia”. El Dios de la Navidad es un Dios que “cambia las cartas”, le gusta hacerlo como canta María en el Magnificat, es el Señor el que derriba a los poderosos del trono y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y a los ricos despide vacíos (Lc 1,52-53).
- Y el tercero es “la Iglesia” a la que hemos de mirar con el asombro de la fe lo que significa sentirla como Madre que, aunque entre manchas y arrugas, deja ver las características de la Esposa amada y purificada por Cristo.
El encuentro con Jesús nos hará también sentir a nosotros el gran asombro, como fue el de María en su concepción y el de Isabel al recibirla.
Nosotros no podremos tener este asombro y no podremos encontrar a Jesús, si no lo encontramos en los demás, en la Historia y en la Iglesia”. (Ángelus 20-12-2015). “He aquí que vengo –pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hebreos 10)
Naturaleza y Seres Humanos
Los textos del cuarto domingo de Adviento están marcados por referencia a la naturaleza y a la relación de los seres humanos. Así encontramos referencias tales como: “que el desierto y el sequedal se alegren, regocíjese la estepa y la florezca como flor; estalle en flor y se regocije hasta lanzar gritos de júbilo” (Is 35,1-2), se narra cómo Dios hizo los cielos, la tierra y el mar y cuanto en ellos se contiene (Cf. Sal 146), o cómo el labrador espera el fruto de la tierra que sembró (Cf. St 5,7).
En la creación reconocemos la presencia de Dios y del Evangelio (Cf. Laudato Sí Cap II). El Dios que viene a nuestro encuentro en la persona de Jesús, es el Dios que estará consumando al final de los tiempos lo creado.
En palabras del Papa “el fin de la marcha del universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo resucitado, eje de la maduración universal” (Laudato Sí 83).
Cristo es el fruto que esperamos. Cristo es el don que Dios ha dado a la creación entera. Es quien “abraza e ilumina todo” (Laudato Sí 83).
El Adviento en la perspectiva de «Laudato Si» nos invita a preparar el corazón, a reparar las relaciones humanas rotas, a crear espacios de convivencia entre nosotros y el medio ambiente, entre nosotros mismos y entre nosotros y Dios. Esto es, finalmente, el proceso de conversión a Dios en perspectiva de una ecología integral. (Fuente: Juan Pablo Espinosa Arce)
La Madre Virgen y la Iglesia jubilosa
Juntamente con el Hijo de Dios y su Madre siempre virgen, en el belén agustiniano está presente la Iglesia, o la humanidad entera que salta de júbilo. A todos debe contagiar la alegría del nacimiento:
«Salten de júbilo los hombres, salten de júbilo las mujeres; Cristo nació varón y nació de mujer, y ambos sexos son honrados en Él. Retozad de placer, niños santos, que elegisteis principalmente a Cristo para imitarle en el camino de la pureza; brincad de alegría, vírgenes santas; la Virgen ha dado a luz para vosotras para desposaros con Él sin corrupción. Dad muestras de júbilo, justos, porque es el natalicio del Justificador. Haced fiestas vosotros los débiles y enfermos, porque es el nacimiento del Salvador. Alegraos, cautivos; ha nacido vuestro redentor. Alborozaos, siervos, porque ha nacido el Señor. Alegraos, libres, porque es el nacimiento del Libertador. Alégrense los cristianos, porque ha nacido Cristo» (Sermón 184,2: PL 38,996).
La alegría, pues, tiene una expresión de desbordamiento incontenible en el belén de san Agustín para toda clase de personas. Toda la humanidad tiene parte en este gozo.
“Encontrar a Jesucristo –en los lugares del asombro- no es revolver en nuestra mente sus hazañas, a la manera que se recuerdan las proezas de un héroe o las obras de un sabio; es llegar hasta Él, es mirarle con afecto, es humillarnos en su presencia con amor, y llevando en la mano el pobre corazón herido y maltratado por la culpa, mostrárselo y entregárselo para que lo cambie y lo transfigure”. (Beato Marcelo Spínola)