El 11 de octubre, vísperas de la Fiesta de la Virgen del Pilar, se celebra la festividad de santa Soledad Torres Acosta, beatificada en 1950 y canonizada en 1970.
Además, se cumplen 135 años del fallecimiento de esta santa madrileña que vivió en el siglo XIX y cuya biografía, así como la presencia de las Siervas de María, son aún muy desconocidas en Sevilla.
Santa Soledad nació el 2 de diciembre de 1826 en el seno de una familia humilde. Fue bautizada como Bibiana Antonia Manuela, siendo llamada por este último nombre y eligiendo como religiosa el de Soledad, por su devoción a la Stabat Mater: la presencia de María, siempre fiel, junto a Jesús Crucificado.
Tuvo una temprana vocación religiosa, primero ayudando a las Hijas de la Caridad y más tarde solicitando el ingreso de lega en un convento de dominicas, pero la Providencia apareció en forma de lista de espera. No solo no se desanimó sino que confía plenamente, elevando esta sencilla plegaria:
«Señor si la tardanza en abrirme las puertas de vuestra casa es para probar mi constancia, esperaré, pero si es que queréis otra cosa, mostradme vuestra santa voluntad.”
Siervas de María
En este sentido, el párroco del barrio de Chamartín, el padre servita Miguel Martín y Sanz, organizó una asociación, llamada ya Siervas de María, aunque bajo el amparo de la Virgen de los Dolores, para el cuidado de los enfermos sin recursos en sus casas. Ella es aceptada pero siendo la más joven y la última en llegar, su presencia pasa desapercibida. No obstante, serán los años más valiosos en el camino ascendente de María Soledad, forjándose entonces los dones que derramará en su instituto.
El 15 de agosto de 1851 siete mujeres toman el hábito como Siervas de María, ministras de los enfermos.
Pero, vendrán tiempos difíciles en los que María Soledad experimentará lo más profundo del desamparo y la certeza absoluta de que esa misión, que abraza con entusiasmo e infinito amor, es un gran servicio de la Iglesia a la sociedad decimonónica, que anticipa nuestra vertiginosa sociedad actual.
Poco después, el sacerdote Miguel Martín y Sanz marcha a las misiones y ella se queda sola, con una fe inquebrantable en los designios divinos, como atestigua el agustino padre Toribio Minguella. La naciente congregación está a punto de desaparecer si no llega a ser por los desvelos de María Soledad, nombrada superiora del reducido grupo de hermanas que le acompañan. Incluso será despojada como tal hasta que el capuchino Gabino Sánchez la repone en el cargo y desde entonces las Siervas de María acuden a cada casa donde hay un enfermo, siendo la primera orden religiosa en tener ese carisma de asistencia domiciliaria.
Difícil misión
El cólera que se desata en Madrid en 1885 multiplica los esfuerzos de las hermanas y a continuación son requeridas en múltiples ciudades españolas.
Santa Soledad asumió una misión difícil con la confianza de que Dios guiaba sus pasos y su entusiasmo y entrega, con una dulzura maternal, logró contagiar a otras mujeres en su dedicación de tal manera que a su muerte ya había 41 casas abiertas, incluso fuera de España.
A Sevilla llegaron en el año 1890. Estuvieron en la denominada Casa Lissén, frente a la Parroquia de San Andrés, y en los 90 decidieron abandonar aquel lujoso y en cierta manera incomodo inmueble, para instalarse frente al Monasterio de Santa Paula.
Virginia López