¿Qué ayuda nos da la confesión frecuente?
- Ayuda a formar la conciencia, para tener una conciencia verdadera (juzga correctamente si un acto es bueno o malo), una conciencia cierta (lo juzga sin temor a equivocarse) y una conciencia delicada (ve el pecado donde lo hay, aunque sea muy pequeño).
- Ayuda a luchar contra las malas inclinaciones: la confesión frecuente es como el trabajo de un jardinero que saca el monte diariamente hasta que va desapareciendo. El Sacramento de la Confesión cura al alma de la debilidad que causan en ella los pecados veniales, de la tendencia a la mundanidad que trae el pecado venial consigo, del enfriamiento de las cosas de Dios que acarrea el estar cometiendo pecados leves, de la propensión a aceptar valores falsos y a caer en tentaciones. En una palabra, la confesión frecuente de los pecados veniales alivia la concupiscencia o tendencia al pecado.
- El alma se deja curar por Cristo: sabemos que es Cristo mismo quien nos espera en el confesionario para darnos su perdón y darnos las gracias sacramentales. Aún mejor que cuando buscamos el perdón de los veniales por otras vías, en la Confesión es Jesús mismo Quien nos sana.
- La persona progresa en su vida espiritual: Al confesar con frecuencia los pecados veniales, la persona va profundizando su vida espiritual y va fortaleciendo la gracia divina –la vida de Dios- que habita en ella. Además, obtiene adicionales gracias actuales que la estimulan a amar más y mejor a Dios y al prójimo. Todo esto hace que los pecados veniales vayan disminuyendo de número y de intensidad.
- Nos ayuda en la lucha contra los pecados mortales y veniales: Es importante destacar el poder del Sacramento de la Confesión inclusive contra los pecados veniales, porque no sólo los perdona, sino que va eliminando las consecuencias de esos pecados, que aunque no sean graves, tienen también su mala influencia en el alma. La confesión frecuente da una fortaleza especial para luchar contra los pecados veniales (también contra los mortales, por supuesto!), porque el Sacramento de la Confesión remueve los obstáculos que impiden que la gracia divina crezca tanto como Dios quiere hacerla crecer en el alma. Cuando los pecados veniales se nos perdonan por vías alternas al Sacramento, nos privamos de esta ayuda de fortalecimiento ante el pecado, que es parte de la gracia sacramental de la Confesión.
- Fortalece al alma para rendirse a la Voluntad de Dios: La confesión frecuente de los pecados veniales le otorga al alma una frescura interior y un ímpetu cada vez más firme para de veras rendirse a Dios y a su Voluntad.
- Nos hace misericordiosos, porque al ir recibiendo la Misericordia Divina para nuestros pecados, siendo perdonados una y otra vez, nos vamos haciendo más compasivos, comprensivos, magnánimos – ojo: no permisivos, pero sí misericordiosos- con respecto de las debilidades de los demás.
Podemos resumir estas ventajas con un extracto de la Encíclica del Papa Pío XII, Mystici Corporis #39, año 1943: «Esto mismo sucede con las falsas opiniones de los que aseguran que no hay que hacer tanto caso de la confesión frecuente de los pecados veniales, cuando tenemos aquella más aventajada confesión general que la Esposa de Cristo hace cada día, con sus hijos unidos a ella en el Señor, por medio de los sacerdotes, cuando están para ascender al altar de Dios. Cierto que, como bien sabéis, Venerables Hermanos, estos pecados veniales se pueden expiar de muchas y muy loables maneras; mas para progresar cada día con mayor fervor en el camino de la virtud, queremos recomendar con mucho encarecimiento el piadoso uso de la confesión frecuente, introducido por la Iglesia no sin una inspiración del Espíritu Santo: con él se aumenta el justo conocimiento propio, crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo. Adviertan, pues, los que disminuyen y rebajan el aprecio de la confesión frecuente entre los seminaristas, que acometen empresa extraña al Espíritu de Cristo y funestísima para el Cuerpo místico de nuestro Salvador.»
Fuente: Catholic.net