El papa San Pablo VI, en el año 1968, instauró que en el día 1 de enero se celebrara la Jornada Mundial de la Paz :»Sería nuestro deseo que después, cada año, esta celebración se repitiese como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura.»
El lema escogido por el papa Francisco para este año ha sido:
Nadie puede salvarse solo.
Recomenzar desde el COVID-19 para trazar juntos caminos de paz
Empieza el papa haciendo alusión a la pandemia del COVID-19 en la que según sus palabras “nos sumió en medio de la noche, desestabilizando nuestra vida ordinaria, trastornando nuestros planes y costumbres, perturbando la aparente tranquilidad incluso de las sociedades más privilegiadas, generando desorientación y sufrimiento, y causando la muerte de tantos hermanos y hermanas nuestros.”
También a largo plazo esta pandemia ha provocado efectos: amenazas a la seguridad laboral de muchos y agravó la soledad cada vez más extendida de nuestras sociedades, sobre todo la de los más débiles y la de los pobres. La pandemia parece haber sacudido incluso las zonas más pacíficas de nuestro mundo, haciendo aflorar innumerables carencias.
Durante este tiempo el papa decía que de las crisis nunca se sale igual, y hacía una llamada a salir de esta siendo mejores personas. Ahora retoma la misma inquietud y dice que ha llegado el momento de cuestionarnos, aprender, crecer y dejarnos transformar tanto personal como comunitariamente y con una serie de preguntas nos anima a sacar consecuencias positivas para emprender caminos nuevos que nos lleven a hacer de este mundo un lugar mejor.
Con la idea de que nadie se salva solo nos dice que es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores que tracen el camino de la fraternidad humana. La pandemia ha sacado de nosotros también aspectos positivos: una mayor humildad al sentirnos vulnerables y frágiles, una mayor solidaridad que nos ha hecho abrirnos al sufrimiento de los demás y sus necesidades y el compromiso, heroico a veces, de muchas personas, por ayudar a superar mejor el drama de esta emergencia. En resumen, ha surgido una conciencia que nos ha llevado a poner la palabra “juntos” en el centro. Es decir, juntos en la solidaridad y la fraternidad y de esta forma construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos.
Cuando estábamos saliendo de la pandemia, un nuevo y terrible desastre, escribe el apa, se abatió sobre la humanidad: la guerra en Ucrania que se cobra numerosas victimas inocentes y cuyos efectos se extienden a miles de kilómetros de distancia, como puede ser la escasez de trigo o los precios de los combustibles.
El virus de la guerra que afecta no solo a Ucrania sino a otros lugares en el mundo es más difícil de combatir que el del COVID, ya que no procede del exterior sino del corazón humano, corrompido por el pecado (Mc, 7, 17-23).
Para conseguir un mundo mejor el papa aboga a que permitamos que Dios transforme nuestro corazón abriéndolo a un sentimiento de fraternidad universal para construir un “nosotros” cada vez más grande. Es hora de pensar en el bien común creando las bases para la sanación de nuestra sociedad y de nuestro planeta. Las crisis no hay que verlas aisladamente, tosas están conectadas y debemos afrontarlas con responsabilidad y compasión.
Termina el papa su mensaje diciendo: “expreso mis mejores votos a los jefes de Estado y de gobierno, a los directores de las organizaciones internacionales y a los líderes de las diferentes religiones. A todos los hombres y mujeres de buena voluntad, les deseo un feliz año, en el que puedan construir, día a día, como artesanos, la paz. Que María Inmaculada, Madre de Jesús y Reina de la Paz, interceda por nosotros y por el mundo entero”.
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Isabel Cuenca Anaya