El sábado día 11 de febrero tenemos, como cada año, la Jornada Mundial del Enfermo, siempre custodiada bajo la protección de Nuestra Señora de Lourdes, a cuyo santuario acuden tantos enfermos en busca de la sanación.
Debemos ser conscientes de la necesidad que tenemos de obtener la curación de todas nuestras heridas. Muchas de ellas son evidentes porque son físicas: con el paso de los años se va desgastando nuestro cuerpo, aparecen algunas deficiencias, incluso heridas y enfermedades que vienen de manera repentina, sin esperarlo, y nos cogen desprevenidos. Otras heridas y enfermedades no se ven ni se sienten claramente, porque son interiores, y necesitamos de la técnica médica para descubrirlas y ponerle remedio. Y otras que no se ven ni se sienten físicamente y pueden estar en nuestro cerebro y pueden ser curadas por la Medicina.
Todas estas dolencias van haciendo mella en nuestro corazón y en nuestra alma con el paso de los años, y esas heridas sí que son invisibles para nosotros, no para el Señor. Por eso, debemos abrir nuestro corazón a que Él nos sane físicamente, pero sobre todo el alma.
Esa es nuestra tarea al visitar a los enfermos y ancianos, llevarles a Cristo que es nuestra salud y salvación. Llevarles el ánimo y la fortaleza que da la fe. Llevarles los sacramentos que dan vida: la Confesión que reaviva el alma, la Eucaristía que la alimenta y fortalece y la Unción de los Enfermos que sana nuestras heridas y da paz.
De esta manera llevamos el rostro del Señor al enfermo y al anciano por medio de los sacramentos y nosotros recibimos de ellos el rostro de Cristo sufriente, herido, deshecho, desgastado…
Luis González Cuéllar
Capellán del Hospital Virgen de la Merced, de Osuna