Que el signo de María y Oriente que Fernando Rielo vislumbró en el Estanque de los Lotos de Sevilla estuvo ligado desde el principio a la fundación hispalense volvía a hacerse manifiesto a inicios de los años 80 del siglo pasado. Quizá pudo ser la casualidad, pero, aunque así fuese, debía estar teñida por la Providencia cuando en las lejanas tierras orientales apareció una nota informativa anunciando la venta de un inmueble en la localidad sevillana de Constantina. Porque lejos de ser un pasquín sin más relevancia, que se lee y se deshecha, el misionero que reparó en él le dio el curso correspondiente y el fundador de los misioneros identes vio otra oportunidad para dar cauce a sus sueños apostólicos.
Realmente el lugar de procedencia no podía ser más bello. Ubicado en una de las localidades emblemáticas de la Sierra Morena donde un espléndido sol refulge en las preciosas casas teñidas de un blanco inmaculado, como un belén cuidadosamente situado en el valle de la Osa (espacio que el monte mima), sobresale un edificio popularmente conocido como “El Gurugú”, que llama la atención del viajero. Se trata de una construcción de 1919, declarada de interés artístico-histórico, emblema de una arquitectura civil regionalista. Está inserta en un complejo con varias edificaciones y se alza sobre el municipio con un pequeño desnivel. Ello propicia unas vistas privilegiadas que se extienden en la lejanía permitiendo contemplar la grandeza de un espacio natural único. El 4 de febrero de 1982 se convertía en propiedad de los misioneros identes. Unos años más más tarde hubo que restaurar en su totalidad el edificio central y en 1999 fue inaugurado y bendecido por el cardenal Ángel Suquía que pasó en él varios días.
Signos de la fe y devoción populares que tuvieron los antiguos propietarios que la habitaron se hallan en este espacio. Entre otros de orden menor hay varios significativos. Así, en la entrada que da al pueblo marcando la división de dos escalinatas un azulejo con la Virgen del Rosario nos da la bienvenida. Y en la “Casuca”, edificada en 1921 y colindante al edificio principal, hay otro azulejo dedicado a la patrona de Constantina: la Virgen del Robledo. En la planta baja de este edificio central un gran mosaico de cerámica, de especial valor por su antigüedad, muestra en su porche la imagen de san José. Se da la circunstancia de que cuando fue adquirido el complejo en una de las terrazas del edificio principal había un rótulo que decía “Villa Victoria”. Y fue Fernando Rielo quien dio la actual denominación al monasterio, vinculando esta leyenda con el mosaico dedicado al santo Patriarca, pasando a llamarse desde entonces “La victoria de san José”.
Él lo visitó por vez primera el 13 de noviembre de 1982. Junto con los misioneros, los destinatarios de sus palabras fueron los jóvenes. Al día siguiente se reunió con una veintena de integrantes de la Juventud Idente. Era un momento único para ellos que deseaban conocerlo, escuchar cuánto iba a decirles. Y no les defraudó. Hallaron en él el ímpetu de un hijo de Dios que teniendo los pies en la tierra la contemplaba desde el cielo. Sus palabras sencillas, cercanas siempre, llenas de pasión por lo divino, les hizo comprender la grandeza de un sueño que podían convertir en realidad. Supieron de su viaje por Europa y les quedó clara la misión que aguardaba a la Juventud Idente dentro del continente, el alcance que su acción y compromiso personal, así como su ímpetu en la búsqueda y defensa de la verdad, podría tener para la Iglesia en particular.
Aludiendo al monasterio advirtió a los misioneros: esta ha de ser una «casa de felicidad, donde se unen cielo y tierra». Dejó puestos signos que únicamente pueden apreciarse con un corazón inocente que descubre en el Altísimo el néctar de los misterios de un amor que en nada se asemeja al que predica el mundo. Uno de sus anhelos, que previó sería una realidad, fue que ese monasterio se convirtiera en un lugar de formación para futuros sacerdotes. Y de hecho, al poco de haberse adquirido el monasterio, durante unos años hubo tres que entonces eran adolescentes y se formaban en el carisma idente. Uno de ellos perseveró, siendo ordenado, y después de varios destinos en la actualidad rige una parroquia en Bolivia.
Pues bien, en este viaje movido por la fe en la gracia divina Fernando Rielo auguró que se convertiría en un «centro de gran esplendor apostólico. Dentro de unos años, afirmó, veréis cosas magníficas […]. Os aseguro que saldrán muchos santos».
Con la idea de crear un paseo de cipreses en el monasterio (cuenta con él desde hace varios años) se plantaron dos. Él mismo echó tierra a uno de ellos, sobreviviendo únicamente éste. Antes de partir recordó a sus hijos el espíritu de familia que debía reinar en la comunidad, vivir colegialmente, hacer todo juntos, porque es uno de los fundamentos de la Institución que había erigido.
Aún volvería en otra ocasión, como se relatará en su momento. Pero ya había dejado los cimientos de otra fundación que iba a perdurar en una de las hermosas sierras de Sevilla dando frutos, como había augurado.
Isabel Orellana Vilches