Acabamos de celebrar otra Jornada por la Vida, un día que debería ser de júbilo para todos con independencia de origen y creencias porque la existencia es un don que Dios nos concede gratuita y libremente, por amor; es sagrada “válida e inviolable” en todas sus fases desde el primer instante de la concepción hasta su fin natural. Pero en la actualidad las ideologías que incansablemente persiguen neutralizar las conciencias, o más aún, apoderándose de ellas de forma sutil, engañosa, aprovechándose de la debilidad que tantas veces se aprecia incluso en los que se declaran creyentes, han determinado por decreto cuándo y cómo ha de erradicarse. Así, por ejemplo, a un no nacido “se le devuelve al remitente antes de tiempo”, como decía el papa Francisco. Se le arranca del vientre materno con procedimientos que no se mencionan a la opinión pública, costeados por cada uno de nosotros, dando la impresión de que el ingreso en un abortorio es inocuo para la criatura en ciernes, aunque lo sea para la que va a permitir que lo trituren, le apliquen una solución salina, lo desmiembren, etc.
Sí. Todo eso es lo que se hace con el feto, y para evitar sentimientos pusilánimes se prohíbe también que se hable de ello. Seguramente se piensa que, de este modo, en España, al menos, las menores que pueden abortar con dieciséis años sin permiso de sus padres no tendrán remordimientos, como en apariencia no los tienen los adultos, aunque en numerosas ocasiones por supuesto que sufren un síndrome post aborto de dolorosas consecuencias. Un paso más es negar el estatuto de persona al no nacido. Y es curioso, porque un animal es claro que no tiene ese estatus ni siquiera antes de nacer, y sin embargo, está protegido por la ley, lo cual está muy bien, pero sorprende el apasionamiento que se pone en defender a ese colectivo y la frialdad con la que se afronta el aborto. Un no nacido no tiene derechos; un animal, sí. Esta es la realidad.
Se observa cortedad, un cierto temor (que en realidad es falta de valentía) a mencionar la palabra “asesinato” al abordar este hecho, sobre todo cuando hay determinados intereses en juego, y enfrente la prensa que aguarda ávida de captar cualquier comentario de esta naturaleza para juzgarlo inmediatamente como un grave atropello, como una invasión de las libertades de otros, eso que tanto se cacarea, aunque la libertad de la que se habla en el fondo y en la forma no es más que una esclavitud. ¡Cuánta ceguera!
Frágiles son también los ancianos y quienes han nacido con alguna discapacidad o se les ha diagnosticado a lo largo de su vida, por lo cual se les incluye en el listado de los condenados a muerte, al igual que sucede con el aborto ¡por decreto! Y eso que la fragilidad a la que aludo hace de todas estas personas seres admirables. Han encarado con fortaleza una existencia llena de desvelos, de ilusiones, de esperanzas, de mucho trabajo, fatigas y esfuerzo. ¡Quién osaría negarle a un anciano el doctorado de la vida! Y si hablamos de discapacidades, muchos de los que han nacido sin ellas deberían aprender de su capacidad de lucha y de superación en el día a día. Son verdaderamente ejemplares, dignos de admiración. Pero la guadaña denominada eutanasia planea sobre todos ellos y por cualquiera que se juzgue no apto para una sociedad que precisamente debería demostrar su aptitud comenzando por respetar la vida de cada uno. No cabe mayor afrenta a Dios.
El papa Francisco al hablar de la “falsa compasión” al aplicar estas sentencias de muerte ha manifestado respecto al aborto y a la eutanasia: “Tengan cuidado, porque esto es un pecado contra el Creador en contra de Dios Creador, quien ha creado las cosas así”. Y precisamente porque Dios es absolutamente misericordioso continuamos aquí. Es indiferente de si se cree o no este aserto porque todos, tarde o temprano, tendremos ocasión de confirmar su autenticidad. Dicho esto, abramos los brazos a la vida.
Isabel Orellana Vilches