Lectura del santo Evangelio según Juan ( 10, 1-10)
Fue a su ciudad y se puso a enseñar en su sinagoga. La gente decía admirada: «¿De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?». Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: «Solo en su tierra y en su casa des precian a un profeta». Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe.
¿No es el hijo del carpintero?
Un humilde hijo de carpintero que se ganaba el pan de cada día con sus manos. No un sesudo teólogo hijo de sacerdote del templo, de esa casta saducea que no creía en la resurrección de los muertos probablemente porque le iba muy bien en esta vida. Tampoco un fariseo de estricta observancia de los preceptos, docto en argüir la ley y en discutir sobre lo que era lícito y lo que no, siempre enredado en debates y controversias. Ni mucho menos un zelote empeñado en acabar con el dominio de Roma. Jesús es el humilde hijo de un carpintero. No exactamente al modo de un ebanista de nuestra época que hace bellos muebles en maderas nobles, sino más bien alguien con maña para arreglar lo que estaba estropeado, echar un revoco en esta pared, retechar aquel cuartucho y serrar un tronco para sacar un taburete. Ese era San José. Un obrero manual poco o nada cualificado. Lo de artesano, de otras épocas, suena hasta ridículo. Y ese quiso Dios que fuera el padre putativo (p.p.) de Nuestro Señor Jesucristo, para que aprendiera lo que es ganarse el pan con el sudor de la frente de forma honesta. ¿Qué mejor enseñanza pudo tener de parte de su padre? Al misterio de la Encarnación en María Virgen se superpone el misterio de la educación de todo un Dios convertido en hijo de carpintero. No le des más vueltas: todo era sencillo en Nazaret, somos nosotros los que lo complicamos.