A menudo nos preguntamos cómo podemos ayudar a Cristo, y no nos damos cuenta que lo podemos hacer en cualquier momento y circunstancia. Yo, como sacerdote y capellán de hospital me siento las piernas, las manos, la voz de ese Jesús que se para con los más necesitados, entre los enfermos, con los moribundos…
No buscamos la verdadera felicidad, esa que inunda nuestro corazón y nos hace sentir cosas que jamás habríamos ni siquiera imaginado; y lo más sorprendente de todo es que esa felicidad la tenemos al alcance de nuestras manos, pero por vergüenza o por el qué dirán no somos capaces de darnos cuenta que una mano amiga, hace posible la realización de nuestra felicidad.
La felicidad es el rostro del amor arrodillado con el que se confiesa, del amar humilde con el sencillo, del amor de acogida en la Unción, del sacrificio de Cristo en la Comunión, y todo a la manera de Jesús; se convierte en signo inequívoco de la experiencia del Dios humanado, pues el que se ha sentido feliz por Jesucristo, el que ha sentido la grandeza de Dios en su propia y voluntaria debilidad, encuentra razones para la entrega de la vida a Dios con un corazón limpio y totalmente entregado.
Para todo ello no hay que soñar, sólo arriesgar, asumir el compromiso de entregarlo todo… Y mientras tanto, todo se estará haciendo realidad siendo un humilde siervo del Señor formando parte de sus trabajadores, siendo “instrumento de Cristo”.
Ramón Herrero Muñoz, pbro.
Párroco de la de Sta. Eufemia y S. Sebastián. Tomares.