Me eduqué en un entorno de una religiosidad real y profunda, una familia que proyectaba el mensaje evangélico en su vida diaria familiar, vecinal y profesional. Aprendí a rezar en un ambiente familiar que creía en el poder de la oración. En mi familia actual también hemos tratado de hacerlo con nuestros hijos, es una herencia de trascendencia y fe, llena de esperanza y amor, que hemos recibido de nuestros padres, tanto mi esposa como yo. Cuando llegué a Sevilla, en septiembre de 1970, viví durante cuatro años en el Colegio Mayor Guadaira, una casa del Opus Dei, donde la oración era una constante diaria. Con esto quiero decir que me he educado en ambientes donde rezar era una realidad.
Mis hijos rezan, hay muchas formas de hacerlo, no solo con oraciones convencionales, hay pensamientos y reflexiones que son verdaderas oraciones. Cada noche al iniciar el sueño hay pensamientos y gestos que son auténticas oraciones. Siento ternura cuando los veo en mis hijos. He sido abuelo hace pocos meses, estoy seguro que sus padres enseñarán a rezar a mi nieto; pero espero tener la oportunidad de colaborar en ello. La pregunta es: ¿Para qué rezar? En mi vida profesional tengo mucho contacto con gente muy joven, una juventud magnífica y, a veces, además de cuestiones formativas relativas a nuestra área de conocimiento, surgen también cuestiones trascendentes y espirituales. Es una cuestión que naturalmente no fuerzo pero no eludo si acontece. Y ha surgido a veces la pregunta planteada en párrafos precedentes: ¿Para qué rezar? Si ello ocurre emana una pregunta derivada: ¿Cómo rezar? Una parte de nuestra excelente juventud ha perdido la costumbre de rezar. ¿Qué está pasando? ¿Por qué una parte de nuestra juventud no entiende el poder de la oración?
Mi padre me enseñó muchas cosas y una de ellas fue la importancia de la oración continua. Hay muchos momentos donde podemos, y debemos rezar. Avanzaremos en el porqué para luego aproximar al cómo. Hay muchos motivos para rezar y mi padre me dijo cuando era pequeño que debería estar atento a ellos. Aquí retomo parcialmente el título de esta colaboración a nuestro blog de la Iglesia Metropolitana: rezar por lo que pasa aquí y allí. Analicemos primero, insisto, en los motivos para rezar y luego pasaremos al cómo. Pensemos en el aquí. Mi padre me mostró las posibilidades de orar que tiene la vida diaria: una ambulancia que pasa, un indigente en una esquina, un familiar o un amigo con problemas, y una larga lista de vivencias que precisan de nuestra oración. Cuando hablo del aquí me refiero a nuestro ámbito más próximo. Pero hay también motivos para rezar por lo que pasa allí. Y el allí es escalable, mi municipio, mi región, mi país, el mundo.
Existen hoy muchas contingencias a las que hacer frente a escalas diferentes. Un mar que sigue siendo una tumba. Una guerra en Europa que pudo ser evitada y pocos piensan en porqué no se evitó con consecuencias muy graves para la pobre gente que la sufre. Campos de refugiados, como los que existen en Argelia para saharauis con más de 140.000 inocentes. Emigrantes forzados en muchos lugares buscando un futuro para su familia. Hoy seguimos viviendo días donde se conmemora algo relativo a carencias de derechos y salimos a la calle para pedir justicia. Estos derechos son colectivos, son el signo de identidad de una sociedad que se considere justa, una sociedad madura y democrática. No hace falta ser mujer, gay, lesbiana, palestino, saharaui, madre que le han robado un niño en un hospital, animal maltratado, niño indefenso, analfabeto, parado o pobre para unirse en multitud, en unión solidaria, para pedir justicia que tienen carencia de ella; necesitamos un buen baño de compasión y empatía, plantea el Papa Francisco. Hoy vivimos tiempos en Europa y España donde parece que colectivos que habían ganado, tras años de reivindicación, pueden perderlos. Sigue habiendo días concretos de reivindicación que nos muestran que hay derechos aún no consolidados suficientemente o con riesgo de pérdida. No puede haber discriminación de ningún tipo, ni religiosa, no puede haber lugares donde se persiga a alguien por ser de una confesión distinta. Hay motivos para rezar, por lo que pasa aquí y allí. Y mi padre me invitó a pensar en oración o, alternativamente, rezar una oración establecida. Y de esta forma me indicó que teníamos dos preciosas oraciones a nuestro alcance: el Padrenuestro y el Ave María. Les confieso que las rezo muy a menudo, encuentro muchos motivos para ello con la fe recibida y la confianza en la fuerza de la oración. Jesús nos invitó a ello: “Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo, 18,15-20). De acuerdo con los evangelistas Mateo y Lucas, una oración elaborada por el propio Jesús.
La oración individual extendida se vuelve colectiva, además de las oraciones que llevamos a cabo en comunidad. El Papa Francisco tiene dos magníficos libros sobre estas dos oraciones esenciales: Padre Nuestro (Francisco, 2017) y Ave María (Francisco, 2018). Seguro, queridos seguidores del conjunto de los blogs de Archisevilla-Siempre Adelante, que los habéis leído. Pero mi sugerencia es que entréis en ellos con frecuencia, son libros imbuidos del sentido evangélico de Francisco, tan necesario hoy aquí y allá. No perdamos la oportunidad para nosotros y el mundo, para una sociedad que lo necesita, de rezar de forma continua, de pedir por los demás y dar gracias por lo que tenemos. Podemos hacerlo de forma personal o con la ayuda de nuestras dos oraciones: el Padrenuestro y el Ave María.
Manuel Enrique Figueroa Clemente