“Fuisteis como peregrinos y habéis vuelto como apóstoles”. Monseñor José Ángel Saiz Meneses resume así los frutos de la primera peregrinación que ha presidido como arzobispo de Sevilla. Un programa completísimo, en las antípodas del llamado turismo religioso. Una comprobación empírica de que la fe mueve montañas: el Monte Tabor en el que se sustituyó el autobús por una flota de microbuses ante la sierpe de curvas para llegar al lugar de la Transfiguración, donde Pedro, ante el Señor con Moisés y Elías dijo: ¡qué bien se está aquí!; la montaña de las Bienaventuranzas, el mejor manual del buen cristiano; el monte de las Tentaciones, en Jericó, en los dominios de Zaqueo. Y las montañas de Jerusalén desde las que se aprecian los cambios que se produjeron en la ciudad desde Herodes y Adriano hasta los cruzados, los otomanos y los paracaidistas que la unificaron en la Guerra de los Seis Días de 1967.
“No es un viaje, es una peregrinación”, dijo el 15 de junio Manuel Soria, delegado diocesano de peregrinaciones, cuando en compañía de Antonio Távora, director de Viajes Triana, recibió a los peregrinos en el Palacio Arzobispal. Tres noches en Nazaret, donde Jesús hace su vida oculta, fuera de los focos de los Evangelios, hasta los treinta años; una noche en Belén, ya en territorio de la Autoridad Palestina, y otras tres noches en Jerusalén, el escenario de su entrada triunfal y de su Pasión y Muerte.
Una peregrinación desde la cuna a la muerte del alfa y omega de la Cristiandad, del nazareno (gentilicio de Nazaret) que se encarnó en la Historia para cambiarla. Seis Eucaristías en lugares nucleares de la fe con una selección de los textos evangélicos. El 8 de julio, segundo día de la peregrinación, los matrimonios renovamos las promesas matrimoniales en Caná, lugar de las bodas y del primer milagro de Jesús. El 9 de julio, otro sacramento: renovación bautismal con aguas del Jordán que uno a uno echó sobre sus cabezas el arzobispo a los 120 peregrinos, futuros apóstoles. Y finalmente, en el Cenáculo de Jerusalén, renovación de los votos sacerdotales de los cuatro sacerdotes que le acompañaban: Javier Santos, Manuel Soria, José Manuel Martínez Santana y Marcelino Manzano. Una colaboración eficiente y exquisita de los diáconos.
No fuimos simples espectadores. Participamos en el rosario hasta la iglesia de la Visitación donde María se encontró con su prima Isabel, la madre de Juan el Bautista. Y en el Via Crucis que saliendo de la iglesia del Ecce Homo siguió todas las estaciones por la Vía Dolorosa, el mismo camino del Señor hasta el Santo Sepulcro. Una lección de historia y de fe. Una fe que se plasmó y se materializó en los escenarios de la Pasión.
Francisco Correal