Lectura del santo Evangelio según san Juan ( 12, 24-26)
En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto.
El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna.
El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.
A quien me sirva, el Padre lo honrará
El camino de perfección que Jesús propone a sus discípulos pasa por la muerte. Como hizo San Lorenzo, cuya fiesta hoy conmemoramos. Ese es el sentido de la parábola que introduce aquí el evangelista Juan para recalcar el seguimiento de Cristo hasta entregar la propia vida. Esa entrega -llevada hasta sus últimas consecuencias en la cruz- es la que comunica vida a los demás: sólo haciendo de la propia existencia donación es como se comunica vida a los demás. El Papa Francisco lo dijo de una manera muy bonita a los jóvenes universitarios presentes en la JMJ de Lisboa: «La autopreservación es una tentación, es un reflejo condicionado del miedo, que hace mirar la existencia de un modo distorsionado. Si las semillas se preservaran a sí mismas, desperdiciarían completamente su potencia generadora y nos condenarían al hambre». En efecto, el temor a entregar la propia vida, a desgastarla haciendo el bien al prójimo en vez de facilitando las comodidades que el mundo provee, es el que paraliza pero solo conduce al invierno sin dejar margen para que florezca la primavera. Pero el cristiano no tiene miedo a la muerte, o no debe tenerlo, porque le espera una recompensa mayor en el cielo: el Padre honrará a quienes sigan los pasos de Cristo Jesús, los que conducen ineludiblemente al madero.