“El sacerdocio con el que he de configurarme no es otro que el de Cristo”

Cristian Rodríguez Domínguez
Sevilla (2001)
Seminarista del tercer curso del Seminario Metropolitano de Sevilla

 

Fue la casa madre de las Hermanas de la Cruz, en Sevilla, y el vínculo con su abuela paterna el escenario en el que el Señor fue preparando el corazón de Cristian, con tan solo siete años, para responder afirmativamente a la llamada vocacional que recibiría tiempo después. En su caso, no hay un día y una hora en concreto, su historia de vida y de servicio “se ha ido fraguando con el paso del tiempo”.

Todo comenzó en el Instituto de las Hermanas de la Cruz, “Dios se valió de ellas para susurrarme al oído el para qué de mi vida. Comencé yendo a viacrucis, catequesis, tiempos de oración vespertinos… Una de las tardes, lo recuerdo con bastante claridad, a pesar de la corta edad que contaba, una de las hermanas yendo en procesión con el resto de las hermanas de la comunidad, se paró delante de mi abuela y mío y dijo: “¡Hacen falta monaguillos para ayudar en el tiempo de Semana Santa!”.

Por lo general, nunca se ha sentido perseguido a causa de su fe durante la adolescencia. “Aunque quizás, sí algo distinto. Con doce años comienzas a decir aquello que quieres ser de mayor es algo poco común, como es el caso de ser sacerdote”.

Con respecto a su vida en el Seminario Mayor, “supera y, con creces” sus expectativas. “Aunque me atrevería a decir que lo mejor, lo más sano, sería ir al Seminario, en el caso de un joven con cierta inquietud vocacional, sin prejuicios, de la forma más objetiva posible. Al final, este te ofrece enteramente aquello que más y mejor necesitas para crecer en tu proceso vocacional.

Para Cristian, “una de las experiencias más auténticas, singulares y espectaculares del Seminario es crecer en la humildad de quien, sabiéndose llamado, se deja llevar por Dios a través de los superiores que este pone en su camino. A veces, el orgullo no lo pone nada fácil y miles de veces proponemos alternativas que creemos más factibles u oportunas, pero se nos olvida que estamos en ese lugar de formación para ser sacerdotes de Alguien, de Cristo”.

Sacerdocio santo

La tarea – afirma – no es otra que la de ponernos, una vez más, al servicio de Aquel que nos ha llamado. “Y eso pasa por ir aceptando, poco a poco y con humildad, que el sacerdocio con el que he de ir configurándome no es el que forma parte de mi ideal o el que me enseñaron de pequeño, ni siquiera el que entendemos que fue el sacerdocio de un santo de hace uno o dos siglos: el sacerdocio con el que he de configurarme no es otro que el que Cristo y su Iglesia necesitan para el hoy.

“Después de tantos años en este proceso formativo, sigue llamándome la atención cómo Dios dispone lo que al hombre ni siquiera se le pasa por la cabeza. El Seminario está formado por muchos jóvenes y no tan jóvenes, procedentes de tantas realidades espirituales, familiares… que humanamente sería imposible armonizarnos entre sí. Pero precisamente, porque es Dios quien propicia este encuentro fraterno, es como es posible que esta convivencia sea posible. Al final, las diferencias aminoran cuando lo que nos es un facto común aflora: el anhelo, como vacacionados, de responder con generosidad al plan de Dios.

¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!

A un joven que se esté planteando la vocación le diría: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! (Mt 14,27). En ese pasaje, los discípulos reconocen la llamada de Jesús a que subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, pero a lo largo de la travesía la barca es sacudida por el oleaje y el viento, es decir, las dudas, la incertidumbre, el sentimiento de incapacidad, o incluso, la oscuridad de quien se sabe lejos de Quien lo ha llamado. Pero el Señor nos llama a la calma y, sobre todo, a la confianza. Por eso le propone a Pedro algo descabellado para su razón: caminar sobre el agua hacia aquello que entendían era un simple fantasma. El amor de Pedro supera lo irracional, pero el miedo le tumba la confianza y se hunde”.

 

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