Lectura del santo Evangelio según san Juan (19, 25-27)
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Triste contemplaba y dolorosa miraba del Hijo amado la pena (Stabat Mater)
En la fiesta de la Dolorosa, la liturgia nos recuerda el pasaje del Stabat Mater, tan fructífero en el mundo del arte religioso. La composición va más allá de unas figuras familiares soportando en silencio el oprobio que la crucifixión, la más cruel forma de ejecución en el mundo romano, representaba para los familiares del ajusticiado. Todos los apóstoles, menos uno, han desaparecido de la escena. Sólo un grupito de mujeres permanece a los pies de la cruz. Entre ellas, destacada, la Virgen Dolorosa, María sufriente y lacrimosa, que encarna el resto de Israel, el pueblo elegido que ha permanecido fiel a Dios. Junto a ella, María la Magdalena simboliza al nuevo Israel, la nueva comunidad de seguidores de Cristo. Y su presencia simultánea a los pies del crucificado quiere simbolizar que ambas comunidades se anudan y entrelazan. Queda aun más explícito con la entrega de su propia madre al discípulo amado y viceversa. El nuevo Israel reconoce al Antiguo y le da cabida en la Nueva Alianza de manera análoga a como Juan recibe en su casa a María, la madre del Salvador. Con carácter previo, tienen ambos que reconocerse, no en sus rasgos personales sino como personificaciones del pueblo al que representan. Por eso Jesús invita a la mujer (término genérico) a contemplar primero al nuevo hijo y luego a éste a hacer lo propio con su nueva madre. Qué hermosa estampa para meditar en la vida cotidiana cuando los problemas te abrumen y las angustias te sobrepasen: al pie de tu cruz encontrarás a María.