El universo del amor, con sus múltiples matices, tiene una infinidad de manifestaciones. Por eso no se puede afirmar que quien muestra públicamente el que experimenta por congéneres directos, como si fuese un trofeo, está despojado de la autenticidad que tiene otro amor que se vive de forma discreta. Y de ahí que no tenga sentido plantearse este asunto, que es tan ostensible en las redes sociales, introduciendo juicios de valor. Eso sí, admite la pregunta acerca de lo que puede llevar a algunas personas a exhibir el amor que profesan a otras. Seguramente lo primero que viene a la mente es el legítimo orgullo que suscitan las cualidades diversas que posee el ser amado y el afán de compartirlas con los demás: belleza, inteligencia, logros… algo que abunda en ese escaparate de las redes sociales donde orgullo y vanidad se dan la mano. Y a veces también banalidad, junto a los relativos al fracaso en las relaciones personales, entre otros.
Un ejemplo concreto y bien conocido: Muchos familiares de menores los convierten en protagonistas de interminables desfiles en esta clase de medios, y aunque no los cuidan como deberían hacer exponiéndoles a riesgos importantes incluso para su futuro, además del que corren en el presente, darían su vida por ellos. Ahora bien, siendo cierta esta afirmación, también lo es que esta misma conducta muestra una grieta en ese amor que debería estar amasado en el respeto, en la tutela estricta de los derechos personales, y que por no observarlos hay que ponerle reparos. Y es que todo lo que se desborda por cauces que no son los adecuados miran más a uno mismo que a los demás. En el caso expuesto de los menores son los débiles, los que no saben defenderse, los que muchas veces ignoran lo que se está haciendo con su imagen y cómo se vulnera su intimidad.
Podemos extrapolar el ejemplo a lo que queramos sin tener en cuenta este parámetro de la edad. Y nos percataremos de que la calificación de autenticidad en el amor verdadero está repleta de esas virtudes entre las que se halla la discreción. Y es que la donación no necesita más adornos; no requiere estar en el candelero, no hay razón alguna que justifique el afán de predicarlo gráficamente al mundo entero. Ese amor abnegado está lleno de renuncias, se disfruta, se vive, se engrandece dentro del corazón. Su autenticidad la predican los gestos que se ofrecen a los seres queridos. Esa es su mejor carta de presentación. Cuando sabemos de los sacrificios que personas conocidas realizan para que sus más cercanos sean felices, para que no les falte de nada y puedan aspirar a lograr grandes metas nos conmueven sin que hagan falta palabras. Los mismos hechos conocidos expresan lo que ello significa. No precisan otra explicación y menos aún exhibición que es como una especie de moda, una manera de alimentar el ego. Como dice Henri-Frédéric Amiel: “El respeto mutuo implica la discreción y la reserva hasta en la ternura, y el cuidado de salvaguardar la mayor parte posible de libertad de aquellos con quienes se convive”.
Isabel Orellana Vilches