Lectura del santo Evangelio según san Marcos (8, 11-13)
Por aquellos días, como de nuevo se había reunido mucha gente y no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: «Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer, y si los despido a sus casas en ayunas, van a desfallecer por el camino. Además, algunos han venido desde lejos». Le replicaron sus discípulos: «¿Y de dónde se puede sacar pan, aquí, en despoblado, para saciar a tantos?». Él les preguntó: «¿Cuántos panes tenéis?».
Ellos contestaron: «Siete». Mandó que la gente se sentara en el suelo y tomando los siete panes, dijo la acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos para que los sirvieran. Ellos los sirvieron a la gente. Tenían también unos cuantos peces; y Jesús pronunció sobre ellos la bendición, y mandó que los sirvieran también. La gente comió hasta quedar saciada y de los trozos que sobraron llenaron siete canastas; eran unos cuatro mil y los despidió; y enseguida montó en la barca con sus discípulos y se fue a la región de Dalmanuta.
Se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación». Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
¿Por qué esta generación reclama un signo?
El evangelista Marcos sitúa esta controversia con los fariseos inmediatamente después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, que actualiza el prodigioso maná del desierto con que Dios alimentó a su pueblo durante el éxodo y que en San Juan se nos explicitará como verdadero pan de vida. Los fariseos maquinan para que Jesús les dé una señal que provenga del cielo, lo mismo que el maná caía de arriba cada jornada. Es decir, no creen en Jesús ni su poder, sino que lo ponen a prueba para comprometerlo. Exigen una señal. Esta exigencia es plenamente actual: cuántos descreídos -y cuántos creyentes de fe vacilante como la llama de una palmatoria- no piden exactamente eso para depejar sus dudas y saber a qué carta quedarse. Como leemos en el inicio de la Carta de Santiago que este lunes empezamos a proclamar, la prueba constituye el crisol donde se aquilata la fe; en la paciencia de esperar la intervención divina aun sabiendo que esta puede que no se produzca, que es justo la actitud contraria a la de los fariseos del Evangelio, exigiendo un prodigio que les abra los ojos. Esta generación, o sea, el pueblo de Israel infiel que se ha dejado arrastrar a la idolatría (y cuánto de ello hay en nuestros días, en el nuevo Israel que constituye la Iglesia de los bautizados) no va a tener más signos. Es cuestión de fe.