Pilar Trujillo Berraquero
Sevilla (1977)
Virgen Consagrada
Desde su juventud fue consciente del amor profundísimo del Señor por ella. “Eso me enamoró de tal manera, que no hizo falta que me llamara a una vocación específica, porque yo ya sabía que tenía que ser suya, entregarme a Él para responder a ese inmenso amor”.
Afirma que, a pesar de sus debilidades y huidas, “el Señor siempre estaba aguardándome, esperando el momento de mi entrega a Él. Al fin respondí a los 23 años, entrando en el monasterio de la Visitación de Santa María (Salesas)”. Para Pilita, (como es conocida por sus familiares y amigos), esos fueron años felices, “donde pensaba que había encontrado mi lugar y el sitio donde Dios me quería para vivir esa historia de amor. Pero no era así. Con dolor acabé descubriendo que eso había sido sólo una etapa del camino, un peldaño muy importante, pero no el último, y que debía seguir ahondando en mi búsqueda para encontrar esa plenitud que mi alma deseaba ardientemente”. Más recientemente, el que fuera su párroco entonces, Adrián Ríos, “me ofreció leer unos libros sobre el Orden de las Vírgenes, y confieso que desde la primera página no me pude resistir al ver que todo lo que llevaba mi alma estaba reflejado allí. Guiada por él y por mi director espiritual, Francisco Bustamante, busqué al sacerdote encargado del Orden de la Vírgenes en Sevilla y comencé la formación que me ha llevado hasta el día feliz de mi consagración, el pasado 13 de enero en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, durante una Eucaristía presidida por el arzobispo monseñor Saiz Meneses”.
Esponsalidad, virginidad y maternidad
Para Pilita, su vocación es una sola, la misma que tuvo desde siempre, “y es ser de Jesús, pertenecerle totalmente, íntegramente, ser su esposa y recibirle como Esposo”. A día de hoy, tras su consagración, “siento que ya no me pertenezco, que todo está ofrecido, que ya no soy dueña de mí, pues ya todo es del Señor. También en mi interior noto que hay algo que es nuevo, que espero poco a poco ir descubriendo. Todo eso me lleva a querer darme a los demás con una intensidad mayor, de la misma manera que antes, pero con un fuego nuevo”.
En esta línea, añade que “la principal diferencia no está en la actividad que se pueda realizar, sino en el hecho de entregarse a Jesús en cuerpo y alma, no tener otra voluntad que la suya, amar lo que Él ama, y no poner el corazón en nadie más que en Él, queriendo imitarle también en su forma de vida”. Así, los tres pilares de su vocación son la esponsalidad, la virginidad y la maternidad. “No es lo que hacemos, sino desde dónde lo hacemos lo que nos diferencia de las demás. Aunque no hiciéramos nada, seríamos esposas, y desde nuestra virginidad consagrada, también madres, por lo tanto, no solteras, sino totalmente entregadas y desposadas con Cristo”.
Hijos para el Reino de Dios
La maternidad – expresa Pilita – “es el fruto del amor, así que en nuestro caso el fruto del amor a Jesucristo es dar a luz hijos para el reino de Dios. También se puede entender como trabajar para que en el corazón de las personas nazca el amor de Dios. O más sencillamente aun, es dar la vida por los demás como una madre la da por sus hijos, de un modo total, desinteresado, completo, generoso. Otra palabra para explicarlo es diocesanidad, es decir, estar insertadas en la realidad eclesial de nuestra diócesis y trabajar para esta parcela del Reino de Dios con todo nuestro corazón”.
Finalmente, esta virgen consagrada que ejerce su profesión en un despacho de procuradores como oficial habilitada, se siente una privilegiada por haber recibido la llamada del Señor sin haber hecho nada para merecerlo, más bien al contrario. “De mi corazón sólo puede salir una alabanza de agradecimiento”.