Lectura del santo Evangelio según san Juan (10, 1-10)
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
Yo soy la puerta de las ovejas
El Evangelio que se proclama está en íntima relación con el proclamado ayer, cuarto domingo de Pascua, conocido tradicionalmente como del Buen Pastor. Aquí, Jesús da un paso más en esa identificación con el pastor que cuida del rebaño y ahora proclama ser también la puerta de las ovejas. En Jerusalén existía ya una puerta de las ovejas por la que los corderos entraban al templo para su sacrificio ritual; la piscina probática (etimológicamente de las ovejas, en griego) de Bethesda era donde esos animales se lavaban y se arreglaban. Al proclamarse puerta del redil, Jesús está reforzando la imagen de mediador único entre el rebaño y el Pastor supremo, que es el Padre. Es una explicación de otra frase evangélica que conviene recordar: «Nadie va al Padre sino por mí». Israel había tenido muchos profetas y todavía en tiempos de Jesús pululaban por los caminos de Judea y Galilea gran número de pretendidos profetas que exacerbaban el mesianismo, siempre presente en el pueblo judío, confiado en la llegada del Ungido que restauraría su pasado más glorioso. Pero en muchos casos no se trataba más que de engañabobos y sacadineros que timaban a los incautos, conseguían algún protagonismo con un puñado de seguidores y en seguida decaían. Jesús alerta contra esos falsos pastores y se proclama a sí mismo como la puerta de entrada en las verdes praderas del corazón eternal de Dios donde se nos invita a pastar por años sin número.