Lectura del santo Evangelio según san Marcos (8, 1-4)
Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó diciendo: «¡Quiero, queda limpio!». Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Si quieres, puedes limpiarme
El gesto de tocar al leproso que nos refiere el evangelista es, de por sí, suficientemente ilustrativo del mensaje de liberación universal que trae Jesucristo. El leproso era un apestado, apartado de la sociedad mientras no se curara, excluido de todo trato con los demás por la peligrosidad del contagio de su enfermedad motivada por el bacilo de Hansen. Era un descartado, diríamos con palabras del Papa Francisco. Y Jesús va a cometer la transgresora acción de tocarlo para sanarlo, contraviniendo todas las leyes de impureza que seguían los judíos. Es un gesto ciertamente inaudito. Pero luego, lo manda ante el sacerdote para que éste ratifique su sanación y lo reintegre en la comunidad, que es el objetivo último de su intervención prodigiosa: no sólo la curación médica sino la rehabilitación social del enfermo, del apartado, del marginado. Así se cumple la palabra profética de Isaías sobre la actuación del Mesías que esperaba Israel.