Miguel Ángel Garzón, sacerdote filipense: Veinticinco años siendo “cauce del amor de Dios”

1975, Baeza

Vicario parroquial de San José y Santa María de Sevilla

Profesor de Sagradas Escrituras

El padre Miguel Ángel Garzón ha cumplido este año sus bodas de plata sacerdotales. Veinticinco años en los que su vocación se ha afianzado y ganado en confianza en el Señor.

Echando la vista atrás recuerda cómo en el camino de su vocación “no hubo solo un momento”, sino que fue “fraguándose” en el colegio de las religiosas Filipenses Misioneras de Enseñanza, en Baeza (su tierra natal). Allí fue “brotando el amor por la figura y el carisma de San Felipe Neri, hasta sentir que el Señor me llamaba a seguirle como miembro de esta familia espiritual”. Reconoce que, “aunque todos se lo ‘olían’, me costó comunicar la noticia”. Sin embargo, destaca que sus padres no solo respetaron su decisión, sino que “me acompañaron con profundo amor paternal en esos primeros momentos y al poco tiempo descubrieron que mi felicidad multiplicaba la suya”.

Una vez ordenado, realizó los estudios de Licenciatura en Sagrada Escritura en el Pontificio Instituto Bíblico. “Allí tuve la suerte de vivir en el Oratorio de Roma y pasar los primeros años de sacerdocio en el mismo lugar donde San Felipe Neri desarrolló su vida apostólica en la Ciudad Eterna. Desde entonces -señala- mi ministerio también está estrechamente unido a la enseñanza y labor pastoral con la Palabra de Dios, en la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla y en otros grupos de oración y evangelización”.

Igualmente, desde su ordenación ha desarrollado su ministerio en la Congregación de Sevilla, concretamente como vicario parroquial de San José y Santa María. Al respecto explica que “nuestro carisma, de sacerdotes seculares sin votos y vida común, implica también la estabilidad, es decir, se permanece de por vida en el mismo Oratorio llevando a cabo las tareas apostólicas de la Congregación”. Recuerda también los inicios de esta comunidad parroquial: “Celebrábamos la Eucaristía y la incipiente vida parroquial en el salón y el patio de un adosado unifamiliar. Desde entonces, los parroquianos siempre me acogieron con mucho cariño y acompañaron también mi crecimiento en la formación y preparación al sacerdocio hasta el día de hoy”.

“Todo en el Amor”

Esta cita de San Felipe Neri ha acompañado la vida sacerdotal de Miguel Ángel. “Desde que sientes la fuerza de la llamada y eres consciente de tus límites, sabes que la fidelidad en la vocación no depende de ti mismo, sino de Dios que es el que fortalece”, asegura. Por eso, cuando los momentos de crisis u oscuridad se han cernido sobre su vida, “resuena en mí esta frase de san Felipe: ‘Echaos en los brazos de Dios y Él os hará aptos para aquello en lo que os quiera emplear’”. En esta línea, está convencido de que entregar la vida por entero a Dios no es fácil, “aunque no creo que sea más difícil que otras vocaciones”. En cambio, el sacerdocio permite “sentirte cauce del amor de Dios; recibir el gozo y la gratitud de las personas es un auténtico regalo; sentir y palpar lo divino en lo humano, la obra de Dios valiéndose de tus palabras y obras”, continúa. Por ello, a aquellos jóvenes que estén planteándose la vocación sacerdotal, Miguel Ángel anima a “no hacer oídos sordos a esa voz” y “a ponerse cara a cara ante esa llamada”. Y que, por encima de todo, “que no tengan miedo, Dios sabe a quién llama y para lo que nos quiere, y no hay mayor felicidad que caminar desde el plan que Dios ha reservado para cada uno”.

Finalmente, ante la falta de vocaciones, tanto dentro de la Congregación del Oratorio como a la vida consagrada en general, Miguel Ángel insta a “abandonarnos a la audacia del Espíritu Santo que es quien aviva y va conduciendo, confiados en que nos seguirá pidiendo dar respuesta a los desafíos que los tiempos venideros vayan planteando”.