SAN VICENTE DE PAÚL, presbítero, m. obligatoria (B)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (9, 18-22)

Una vez que Jesús estaba orando solo, lo acompañaban sus discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos contestaron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros dicen que ha resucitado uno de los antiguos profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?».

Pedro respondió: «El Mesías de Dios».

Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie, porque decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Tú eres el Mesías de Dios. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Comentario

El evangelista continúa la enseñanza iniciada ayer con este pasaje en el que es el propio Jesús el que interpela a sus discípulos. No se trata del conocimiento de oídas o la curiosidad malsana disfrazada de interés que mueve a Herodes, ahora se trata de la misma pregunta dirigida a quienes son sus amigos, seguidores en el día a día. Sí, aciertan a decir que es el Mesía de Dios, el enviado, el ungido que Israel aguardaba, pero Jesús les impone silencio sobre este secreto mesiánico para que no se difunda. ¿Por qué? En evitación de malentendidos, para cortar de raíz la idea de que será un enviado que restaurará la gloria y el honor de Israel. Jesús viene a restablecer en la tierra la gloria y el honor de Dios. Y lo hará en el sitio y la situación más insospechada, rompiendo esquemas humanos: clavado en la cruz. Toda su majestad mesiánica expuesta al escarnio de los hombres. Es el Mesías de Dios, no el que se habían fabricado los israelitas; eso queda claro. 

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