Miércoles de la XXVII semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (11, 1-4)

Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».

Señor, enséñanos a orar

Comentario

La enseñanza del padrenuestro recoge un momento en el que Jesús estaba orando y sus discípulos le requieren una oración que los identifique frente al resto de judíos, como solía suceder con los seguidores de los muchos profetas (la mayoría, falsos) que pululaban por Israel en tiempos de la vida pública del Señor. También los discípulos de Juan el Bautista tenían una oración que los identificaba, como hoy podríamos decir de las devociones particulares de los carismas y movimientos de la Iglesia. Pero la oración que Jesús les enseña contiene un rasgo de universalidad que la distingue del resto de súplicas de entonces. El arranque con ese ‘abbá’ aramaeo que sonaba extraordinariamente familiar, muy cariñoso, para referirse al Dios Todopoderoso que había sacado al pueblo elegido con diestra poderosa de Egipto resultaría casi una blasfemia en tiempos de Jesús. Y, sin embargo, esa es la clave de interpretación de la oración entera: la relación personal, única, inextinguible que se anuda entre un padre y su hijo, entre el Creador y su criatura.  

 

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