La rutina es compañera de camino de la comodidad o, más bien, habría que decir que es quien la genera. Se comienza alimentando la costumbre y huyendo del esfuerzo. Es el primer paso. Después vendrán la autojustificación, el engaño, la supuesta conveniencia de mantener los mismos hábitos, y así se entra en un camino peligroso que puede llevar a seleccionar únicamente lo que agrada, lo que mayores satisfacciones reporta, incluidos reconocimientos impregnados de vanidad. Y ésta, tan sutil como lo son las tendencias insanas, termina por apoderarse de la voluntad. El engaño se va completando con la respuesta que se le va dando día tras día: la inacción o la acción en una dirección que cada uno elige. Ya se ha caído en la trampa del maligno porque incluso creyendo que se hace un bien a los demás, se puede dar pábulo a una debilidad escondida. Y así, la ceguera, el adormecimiento, la flojera se adueñan de quien un día prometió no poner coto a la voluntad de Dios, que le habló al corazón claro y directo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará». (Mt 16, 24-25). Aquí se encierra ese estar en salida del que nos habla el papa Francisco. El beato Francesc Castelló i Aleu decía: «En el apostolado no os tiente nunca ni la silla cómoda, ni la cosa fácil. Sed personas de alpargata».
Pero hay que renunciar a uno mismo; esa es la clave. El esfuerzo ascético es esencial en la vida espiritual. Es fundamental mantener vivo el profundo sonido de la primera caridad que, revestida de inocencia, de entusiasmo, desterrando toda duda de lo profundo del corazón ponía alas en él; latía a impulsos de fe y esperanza. Si nada se interpuso en ese camino apostólico que se emprendió deseando conducir a Cristo a quien estuviese apartado de Él, ¿cómo dejar que este anhelo muera al paso del tiempo? Cada uno, en la misión concreta que tenga, ha de saber qué es lo prioritario, lo que conviene o no hacer, y actuar en consecuencia. No debe haber lugar para la pereza y el estancamiento que puede llegar de puntillas, sin hacer ruido, porque es una carcoma que destruye toda vocación. Da igual la edad que se tenga, aunque se diga que conforme se van cumpliendo años es peor; cierto es que todo mal hábito no corregido se acentúa con el paso del tiempo. Pero si un apóstol vive abrazado a la cruz, estará dispuesto a todo por Dios. Si no duele el amor es que no se ama. Una madre no se considera heroica, pero lo es. ¿Qué tiene de particular el sacrificio de quien ofrendó su vida a Cristo? Es lo natural.
Suplicar el santo temor de Dios para no organizarse la propia vida sino dejarle a Él las riendas de la misma es lo propio de la persona orante. Entonces los frutos serán visibles. San Juan María Vianney halló en Ars una iglesia cerrada, vacía. Sin desanimarse, pacientemente, cada día se sentaba en un banco orando, con la puerta abierta… Al principio la gente pasaba de largo, luego miraban tal vez con curiosidad, sin atreverse a entrar, hasta que fueron desfilando como un goteo incesante los que se animaban a compartir las oraciones, la Eucaristía… Es una historia bien conocida porque a su heroica virtud se debe que Ars, una pequeña población de Francia, sea conocida en el mundo entero. Así pues, si hemos recibido un talento tenemos la responsabilidad de multiplicarlo.
El papa Francisco, que no se cansa de repetir en qué consiste servir a los demás, ha mostrado su gran preocupación por ese discípulo «atolondrado, inmerso en una rutina aplastante que le roba la memoria». Esa memoria, vuelvo a repetir, de lo que Cristo nos pidió y lo que le prometimos cuando nos eligió debe estar viva. Como también nos dice el Pontífice hay que romper las rutinas, renovar las opciones y cambiar el rumbo de la propia existencia para que no se desvíe de la ruta correcta. «La vida siempre te da dos opciones: la cómoda y la difícil. Cuando dudes elige siempre la difícil, porque así siempre estarás seguro de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por ti». (A. Suárez).
Isabel Orellana Vilches