«Mujer, ahí tienes a tu hijo. […] Ahí tienes a tu madre» Juan, 19, 26-27
Clavado en la cruz, sufriendo el dolor del peso sobre los clavos,
Cristo mira a su madre, mira a Juan, y ve en ellos a su familia, a sus hermanos.
A lo largo de toda su vida Jesús vivió con su familia, con sus seres queridos, y eso no cambió ni cuando comenzó a predicar el evangelio. Si primero fueron sus padres, luego fueron sus nuevos hermanos, esos que llamó por su nombre para que le siguieran en su caminar diario.
Jesús siente como propio, no lo sangre ni apellidos,
sino el amor que desborda y que le pone de orgullo el pecho henchido.
¡Mujer! pues María es más que una madre, es una gran mujer, es la mujer que supo vivir sin pecado, supo servir sin ansias, supo estar siempre a su lado. María no ocupó un lugar que no debiera, supo estar siempre allí donde a Dios servía y a su hijo conviniera. Ella es ejemplo de sabiduría, de esperanza y de consuelo, aunque sea madre, es mujer que con su vida logró unir a todos con su afán de cariño y amor sincero.
María es la certeza de la entrega y el corazón lleno,
guarda en él las mil historias, alegrías e incluso sus miedos.
Aunque en el interior de María anidase la preocupación, nunca lo exteriorizó, y en estos momentos de mayor dolor, solo cabía en su alma el sufrimiento que ve en su hijo. No reclama para sí nada, aunque legítimamente pudiera pedirle a Dios lo que quisiera, ella bien sabe que todo eso es injusto e innecesario, pero mira a su hijo, haciendo suyo su calvario. Quisiera borrarle con sus lágrimas el sufrimiento que ve, y es por ello que no se priva de acompañarle en todo momento, pues si en algo puede quiere ser ella su sostén.
Juan es más que un discípulo, o un nuevo hermano,
es el cariño y la caricia de Jesús para a su madre estar siempre cercano
En Juan, el discípulo amado, nos podemos ver todos reflejados, si María fue para Jesús el paño para aliviarlo, Juan lo es de Jesús para ser te quiero a su madre y a sus hermanos. Nosotros, también somos discípulos amados, que hemos de servir como paño para aliviarlo, también lo somos para sus discípulos y seres amados.
Somos esperanza, somos luz,
somos familia y somos cruz,
somos ilusión y somos duelo,
somos la confianza de Jesús de ofrecer consuelo.