“Yo doy la muerte y doy la vida” (Dt, 32, 39)
Cada cierto tiempo asistimos al debate sobre la legalización de la eutanasia. El esquema suele repetirse…
Una noticia impactante en los medios de comunicación sobre una persona enferma que sufre y solicita reiteradamente que le ayuden a acabar con su vida. Alguien cercano (familiar o amigo) que colabora en cumplir este deseo. Unas leyes que condenan este acto y las asociaciones de “ayudar a morir” o de “morir dignamente” que reclaman un cambio de legislación sobre el tema. Unos políticos que acusan a los que se oponen a esto –sean católicos o no- de faltos de sentimiento y de intransigentes y reaccionarios. Y la presentación de unas estadísticas que, por supuesto, avalan que la gran mayoría de la población española apoya una ley que garantice el derecho de que quien quiera pueda acabar con su vida si éste es su deseo…
“Cultura de la muerte”
En este escenario los católicos muchas veces no sabemos qué responder. Arrastrados por un relativismo general y por una “cultura de la muerte” acabamos dejando vía libre a los legisladores. No estamos, muchas veces, preparados para este debate (Evangelium Vitae, 64).
Desde la Delegación de Familia y Vida, reiteramos la necesidad de cuidar la vida humana desde su concepción hasta su final natural, hasta el momento de la muerte.
Los avances científicos (los trasplantes de órgano, las complejas intervenciones quirúrgicas, las unidades de cuidados intensivos, las nuevas terapias farmacológicas…) pueden prolongar la supervivencia pero también pueden provocar en ocasiones situaciones de “obstinación terapéutica” (antes llamado “encarnizamiento terapéutico”). Se pueden dar actuaciones fútiles que para nada mejoran la vida y pueden provocar situaciones de prolongación artificial de la misma.
El dolor siempre se agrava con la soledad
Los profesionales sanitarios de los Cuidados Paliativos, que ayudan al paciente y a su familia a en este tramo final de la vida hasta la muerte, saben de la excepcionalidad de la petición de eutanasia.
Cuando el paciente pide “morir”, hay que descartar la presencia de unos síntomas o un sufrimiento emocional o espiritual que no han sido controlados por parte de unos profesionales preparados en este campo. También puede ser debido a la falta de un adecuado soporte familiar y comunitario. El dolor siempre se agrava con la soledad.
La eutanasia y el suicidio asistido pueden ser el reflejo de la ausencia de unos Cuidados Paliativos de calidad. En nuestro medio, estos Cuidados Paliativos siguen siendo escasos y mal repartidos. Así lo ha informado recientemente un documento del Defensor del Pueblo Andaluz (Morir en Andalucía. Dignidad y Derechos. Diciembre 2017).
“Una salida rápida”
La eutanasia también puede ser la única respuesta ante el sufrimiento humano. En la sociedad del bienestar y de la inmediatez, la espera al fallecimiento durante días de un ser querido o ante situaciones de gran discapacidad, la primera reacción es buscar “una salida rápida” que muchas veces lleva a la petición de eutanasia (quitarle la vida a una persona que sufre y nos los pide reiteradamente).
Por eso es tan importante hoy, para todos los cristianos, releer y reflexionar sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano, que en documentos como la Exhortación Salvifici Doloris de San Juan Pablo II, tan claro aparece.
Si Cristo ha venido a darnos vida, también lo ha sido para dar vida a esos momentos en que la vida es tan frágil y se apaga. Pedir ayuda a personas preparadas y a la comunidad cristiana para vivir el final, es necesario y urgente. De lo contrario, el debate sobre el final de la vida lo tendremos perdido.