Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Comentario
Sin mí no podéis hacer nada
La vid y los sarmientos. Examinemos la cuestión desde un punto de vista agronómico ya que estamos en la festividad de San Isidro Labrador: el tronco de la vid hunde sus raíces en el suelo de modo admirable. Una buena viña perdura siendo fructífera decenas y hasta centenares de años con las convenientes podas y regabinas. Ahora bien, los sarmientos está insertos en ese tronco, indisolublemente insertos. Los pámpanos (así los llamamos cuando son tiernos y verdes) nacen del tronco, nada valen separados de ese tronco nutricio por el que corre la savia. En el extremo desarrollan los frutos, las uvas arracimadas. La madera de vid, por lo común muy retorcida, vale poco para trabajarla, pero tiene un alto poder calórico y es muy apreciada como leña. Para eso sirven los sarmientos una vez arrancados del tronco: para arder. Jesús lo dice bien claro: «Sin mí no podéis hacer nada». Sólo arder como combustible, pero el fruto necesita del aporte nutricio del tronco de la vid, cuyas raíces son profundas y antiguas.