Lectura del santo evangelio según san Juan (6,52-59):
EN aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
«¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».
Entonces Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.
Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaún.
Comentario
Verdadera
Jesús escandaliza en la sinagoga de Cafarnaún a aquellos que se dejan escandalizar. A aquellos judíos que disputaban entre sí, recelosos de lo que entendía como una blasfemia. Pero es que la actualización de ese discurso, como es el memorial de su muerte y resurrección que celebramos en cada eucaristía sigue escandalizando dos mil años después. Porque cuesta asumir que el pan y el vino son verdaderos cuerpo y sangre de Cristo. Estamos, en eso, como los judíos de Cafarnaún, enredados en lo que significan las palabras que no entendemos. Claro que no las entendemos, pero ese es el salto de la fe. No lanzarse a un abismo del que no vemos el fondo, sino un pequeño paso que nos lleva de las especies eucarísticas que vemos, olemos y saboreamos al verdadero cuerpo de Cristo que nos hace vivir para siempre. Verdadera comida y verdadera bebida de manos de sacerdotes santos como es el caso que hoy festejamos, el de San Juan de Ávila, patrón del clero secular español que hizo de Andalucía la Baja su particular tierra de misión.