Este educador quiere terminar con una misa en Roma sus 34 años de apostolado en la calle a través del fútbol
Las apariencias engañan, pero el corazón no miente. Quien no lo conozca, se hará una idea superficial, preconcebida de Jorge Morillo. Es un hombre de fe que contribuye a tener fe en el hombre, en el ser humano. Siempre con su atuendo verdiblanco, la heráldica del Betis forma parte de su apostolado.
Educador de calle, se lee en su tarjeta de presentación. Este verano pone fin a 34 años de misión. Misionero en el territorio más complejo: el de los tuyos, esta sociedad donde ha crecido exponencialmente la indiferencia, el escepticismo, cuando no la sospecha ante el ejercicio de la bondad, de darse a los demás.
34 años sacando a niños de barriadas marginales y contextos conflictivos a través del fútbol. Con el balón como un cáliz lleno de generosidad con el más débil, el más desvalido. 34 años consiguiendo algo tan sencillo y al mismo tiempo tan difícil: una sonrisa, unos amigos, una excursión a la playa para salir del infierno cotidiano. Vivimos en una permanente campaña electoral, pero nadie elige el lugar en el que nace. Jorge intenta corregir esas fatalidades del destino.
34 eucaristías por 34 años de misión
Ha cubierto una parte de su misión. Le quita mérito a lo que hace porque en lo que hace no ve sino la voluntad de Dios. Sabe de fútbol, pero también estudió Teología. El arzobispo de Sevilla le abrió las puertas de su capilla particular, en el Palacio Arzobispal, para ir completando una apuesta personal: darle gracias a Dios por estos 34 años de misión con 34 Eucaristías. Ha movido literalmente Roma con Santiago para que la última tenga lugar en el Vaticano. Antes, siguiendo la agenda de sus excursiones con niños del Vacie, de las Tres Mil Viviendas y otros nombres del desarraigo social, a los que se llevó a las playas de Cádiz, Chipiona y Matalascañas, ha organizado misas en la iglesia de San Severiano, en Cádiz, en el santuario de Nuestra Señora de Regla en Chipiona y en la ermita del Rocío.
Roma ha sido su etapa final. 34 años educando en la calle, dándole todo (su tiempo, su amor, sus conocimientos) a los que no tienen nada. Ha llevado a esos niños a conocer los mejores estadios de España. En tiempos en los que el fútbol se asocia con amaño de partidos y sueldos estratosféricos, Jorge Morillo baja el balón al suelo para hacer de ese objeto redondo una herramienta de evangelización.
Misionero en tierra, como el marinero de Alberti, ha llevado la luz de los palacios a la oscuridad de las chabolas.