Antonio Gálvez es sacerdote desde hace más de 60 años. Su vocación nació visitando de niño a la Virgen de Escardiel. Una buena manera de culminar sus años de sacerdocio y devoción a la «Virgen pobre» de su localidad natal de Castilblanco de los Arroyos será asistir a su coronación canónica el 23 de mayo de 2020.
Cuando apenas era un niño, Antonio recuerda cómo se escapaba de la finca de su abuelo para visitar a la Virgen “pobre”, la Virgen de Escardiel, en su ermita en Castilblanco de los Arroyos. Recuerda también que junto a la imagen de la Virgen había un crucifijo que le infundía una gran impresión y que fue allí donde germinó la semilla de su vocación sacerdotal. Y aunque él todavía no era consciente de lo que significaba ser sacerdote, su familia y su párroco ya intuyeron que Dios lo llamaba para algo más. Así, con sólo 12 años, ingresó en el Seminario Menor, una experiencia que “al principio fue muy dura”, confiesa, pero que ahora reconoce como un “tiempo feliz”.
Fue madurando progresivamente y cuando llegó a Sevilla para empezar sus estudios en Teología y hacer un planteamiento más serio sobre el sacerdocio “no encontré dudas ni dificultades en mi vocación”. Porque Antonio reconoce que, si volviera a nacer, volvería a ordenarse sacerdote. Un sacerdote que destaca por su sencillez, humildad y docilidad a la Mano de Dios.
Sacerdote, servidor del pueblo
De sus destinos pastorales señala tres principalmente: San Ignacio del Viar y Torre de la Reina, donde fue “el primer cura del lugar” y tras tres años convirtió un poblado de casas en “una comunidad”. De ahí, pasó a El Pedroso, donde se afincó durante 15 años: “allí viví intensamente el Concilio Vaticano II, un cambio radical para la Iglesia”. Cuenta cómo entró en el pueblo con sotana, “siendo una autoridad”, y salió de él –tras el Concilio- “con ropa de calle, sentándome junto al pueblo, como un servidor”.
Pese a su educación y las tradiciones, Antonio asumió con gusto este cambio en la Iglesia, y aun hoy trata de “poner siempre al prójimo necesitado en primer lugar”. Por último, Antonio describe la Parroquia de la Salud, en Sevilla, como “mi casa, mi familia y mi vida”. En esta comunidad ha vivido los últimos 35 años, “sintiéndome uno más y estando tranquilo de que allí se ha quedado un grupo de seglares fuertes y serios en todas las pastorales”.
Tras su jubilación, Antonio procura seguir sirviendo a sus hermanos sacerdotes, a sus vecinos y familiares, a todo aquel que lo requiera. Porque le sale natural, porque su espíritu es de entrega y sacrificio y porque “soy seguidor de Jesús”.