Muchas personas se hacen la misma pregunta que tú te estás haciendo ahora mismo, conforme vas leyendo estas líneas. ¿Dios me ama?, ¿a mí?, ¿por qué? Para desembocar en otra consideración crucial: ¿por qué entonces consiente el mal a mi alrededor? Para muchos, incluso creyentes y gente de buena fe, constituye un obstáculo insalvable, pero ya nos ocuparemos de eso.
De momento, quédate con el amor de Dios. Como el de un padre, o mejor, como el de una madre como dice el profeta Isaías: “¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré”.
El amor de Dios padre es gratuito, incondicional e inagotable. Te quiere por encima de todas las cosas porque como también dice el profeta Isaías, lleva escrito tu nombre en la palma de sus manos. Desde antes de que nacieras. Sin que hayas tenido que hacer nada: ese amor imperecedero no se mercadea, es gratis y para ti. Dios te ama a pesar de todo: a pesar de que te hayas alejado o te resbalen las cosas de la Iglesia, aunque lleves tiempo sin ir a misa, aunque hayas cometido el mayor de los pecados o no te hayas separado nunca de su lado. Te ama con todas sus fuerzas, incluso más de lo que tú crees. “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Dios te ama porque sí, porque el que es Amor infinito, inconmensurable y eterno no puede dejar de amar.
El mismo Cristo, en la cruz, nos dio a su Madre, la Virgen María, para que como hijos afortunados busquemos su intercesión.