Uno no quiere ser sacerdote, sino que es llamado a serlo. Así opina Alejando García, seminarista de cuarto curso, cuando le preguntamos qué hace en el Seminario. “Cuando Dios te llama a una misión, te está llamando a ser feliz”, por eso, aconseja a otros jóvenes que sientan esta inquietud a no desoírla, a meditarla y rezarla, acompañados por un sacerdote que les guíe y que les ayude a discernir su vocación.
La vocación, un pellizco al corazón
La de Alejandro surgió a los 15 años, durante una Jornada de Puertas Abiertas en el Seminario Metropolitano. Acudió con su grupo de Confirmación y aquello le dio “un pellizco al corazón”. Cuando regresó a casa, les comentó a sus padres entusiasmado que quería ser sacerdote, “pero no se lo tomaron muy en serio”. Así que Alejandro mantuvo el contacto con la Pastoral Vocacional, acudía “a escondidas” al Seminario y participaba en sus convivencias. “Pero a los 18 años, cuando el rector me llamó para preguntarme directamente si daría el paso a ingresar en el Seminario el próximo curso me entró miedo. Bloqueé todos los números y me olvidé por completo de esta idea”.
Dios se hace presente en mundo a través de nosotros
Sin embargo, Dios es más fuerte que el miedo, y se encargó de recordarle a Alejandro su verdadera vocación. Fue durante su primer curso en Enfermería, durante unas prácticas: “Conocí a un joven que iba a morir a causa de un tumor cerebral inoperable. Estaba casado y tenía dos hijos pequeños. Aquello era desconsolador”. Alejandro se apiadó de su esposa, le acompañó en su dolor y consiguió que ésta se desahogara. Con tan sólo 18 años, le mostró la cercanía de Dios, le habló del buen morir y le transmitió cierta paz en aquellos duros momentos. Esta experiencia le marcó profundamente y le hizo entender que “Dios se hace presente en el mundo a través de nosotros y que, por tanto, yo no podía vivir pensando únicamente en mis planes, sino que tenía que entregarme”. No obstante, terminó la carrera antes de ingresar como seminarista. “No me arrepiento, porque las prisas no son de Dios”, comenta confiado.
El Seminario no es una cárcel
Sobre la vida en el Seminario, Alejandro se asombra del desconocimiento que hay en el exterior: “Nos preguntan si podemos salir, si vemos la televisión o si nos reímos –explica divertido. Efectivamente, podemos hacer todo eso y más. El Seminario no es una cárcel, sino una gran familia formada por 45 chavales, cada uno distinto, pero que disfrutamos juntos, a los cuales nos une nuestra vocación. El Seminario es un lugar muy acogedor, es un hogar”.