Mª Luisa Fernández-Cotta es abogada. Está casada y tiene tres hijos. Es presidenta del Secretariado Diocesano del Movimiento de Cursillos de Cristiandad.
Su vida no difería de la de tantos. Educada en un contexto religioso, familiar, con un compromiso puntual en algunas realidades, primero escolares y más tarde parroquiales en San Sebastián, el punto de inflexión en su vida llegó cuando su marido, Antonio Murube, le “invitó” a hacer juntos un Cursillo de Cristiandad. “Por más que me habían insistido, nunca era el momento”, recuerda. Hasta que llegó ese día que le cambió la vida.
Madre de tres hijos, abogada en ejercicio y presidenta actual del Secretariado Diocesano del Movimiento de Cursillos de Cristiandad, reitera que muchas cosas cambiaron en octubre de 1998. La experiencia le marcó hasta el punto de sentir que “tenía el sello de Dios grabado en su vida”. Algo que le condiciona el día a día, y que le lleva a considerar que “tras conocer a Dios, ya no vale todo”.
Un encuentro cara a cara con Dios
Para ella el Cursillo de Cristiandad no es otra cosa, resume, que un encuentro con Dios, cara a cara. Desde entonces, cuando tiene que tomar una decisión importante, tanto en su vida privada como en el ámbito laboral, “desvío la mirada al crucifijo que tengo junto al ordenador”… Y no defrauda.
Siente que hasta ese momento “no disfrutaba de tener a Dios” en su vida diaria, y que no se trató de un encuentro intrascendente. Ni mucho menos. “Comprendí que yo tenía que hacer gratis lo que habían hecho gratis por mí”, sentencia. De ahí que haya focalizado su compromiso eclesial en este movimiento de laicos que nació en Mallorca allá por 1949, sin abandonar el grupo de matrimonios en su parroquia.
El plan de Dios misericordioso
Por su trabajo, ha tenido que acompañar a personas que atraviesan momentos delicados en sus vidas. Situaciones que le han reafirmado en una imagen de “Dios misericordioso, que tiene un plan de vida para mí, que nunca me va a dejar sola”.
Como parte muy activa del Secretariado Diocesano de Cursillos en Sevilla, tiene por delante una tarea no exenta de dificultades. Han asumido “encantados” el reto de responder a la encomienda diocesana que se plantea en las Orientaciones Pastorales, presentando el movimiento como un ámbito para el primer anuncio, para el encuentro con Dios: “Estamos abiertos a toda la Iglesia, a su servicio”.