La pobreza tiene rostro de mujer
Que la mujer tiene un rol fundamental en nuestra sociedad, es evidente, pero que el enfoque debería ser que todo enfoque desde los fundamentos debería mirar la realidad desde todos los puntos de vista, ya no es tan evidente.
Cuando hablamos de pobreza, hemos de hablar mayoritariamente de la mujer. Por desgracia, en el ámbito de la pobreza es donde se da más la desigualdad social. La mujer como madre asume la responsabilidad de sacar adelante a sus hijos, para ello no tiene problema en mostrar su pobreza si con ello contribuye a lograr ese sustento. Por eso en nuestras Cáritas, y en todas las realidades sociales se da por desgracia un rostro de mujer.
No es cuestión del famoso techo de cristal que impide el acceso a sueldos y condiciones laborales igualitarias con el hombre. La feminización de la pobreza nos muestra cómo aunque “la riqueza y la pobreza se repartieran por igual entre ambos sexos, y previsiblemente así va a ocurrir, el problema de la relación entre reproducción y pobreza sería el mismo”1. Es demasiado fácil y tendencioso delegar toda la responsabilidad en la mujer y su insustituible maternidad, la Doctrina Social de la Iglesia tiene la responsabilidad de mostrar la igualdad en dignidad y responsabilidad del hombre y la mujer, y la vocación al amor mutuo y al servicio recíproco de todos los cristianos como motor de la familia.
Por ello, cuando hablemos de pobreza, hemos de afrontar el debate de la educación sobre la corresponsabilidad familiar, sobre el cuidado de los padres en su ancianidad, sobre la capacidad de liderazgo y conciliación de horarios, incluso me temo que sobre una economía que basa la productividad en el consumo de horas laborales.
La mujer no basa su dignidad solo en su maternidad, ella es digna como el hombre solo por el hecho de ser obra creada por Dios, y ostenta esa dignidad respondiendo con su amor al amor de Cristo.
La mujer posee una riqueza enorme al poder traer hijos al mundo, pero su mayor riqueza siempre estará en ser ella misma, y responder así a su vocación y misión. De este modo, deberíamos cuidar y fomentar una cultura basada en el amor mutuo, capaz de alentar a unos y otros a ayudarse, sin atender a roles prefigurados sino más bien a las capacidades personales y a un diálogo sincero y amoroso.
Cuando analicemos la pobreza, miramos no solo la económica, sino también la cultural, la social, incluso la de los derechos y la sanidad. Hay que contemplar a la persona en todas sus dimensiones, y a la pobreza hay que mirarla igualmente. Las desigualdades no son solo económicas, por ello hemos de analizar nuestra sociedad desde múltiples puntos de vista para dar una respuesta más adecuada.
1 Elejabeitia, Carmen de (1993). «Feminización de la pobreza», en Documentación social, 105: 182
Carlos Carrasco Shlatter
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