José María Melendo ha podido desarrollar su vocación en Constantina, el lugar donde nació. Recientemente ha celebrado sus bodas de oro sacerdotales.
Después de toda una vida de sacerdocio, José María Melendo tiene claro que “el único sembrador es Dios, nosotros sólo podemos colaborar con Él en la medida en que sabemos o podemos, a través del Evangelio y de su Palabra”. Por eso, reconoce que su vocación “no es mérito propio”, sino un don por el que estar agradecido.
La vocación ha sido una gracia que ha mimado siendo fiel a Dios y apoyándose en la amistad de hermanos presbíteros y de feligreses, “que han hecho que siempre haya más sol que nubes”.
Ser sacerdote
Su vocación fue prematura. Con apenas 11 años ingresaba en el Seminario Menor a partir de la invitación de su párroco, “al que estaba muy unido”. Y aunque asegura que nunca tuvo dudas, sí confiesa que, al pasar al Mayor con 14 o 15 años, “me planteé seriamente lo que significaba ser sacerdote y profundicé en mi deseo de serlo”.
Además de lo de aprendido en el ejercicio de su ministerio, desarrollado mayormente entre El Pedroso y Constantina –donde fue párroco durante más de 20 años-, para José María ha habido dos momentos que le hacen ser quien es hoy: la muerte de sus hermanos, ambos jóvenes y a los que estaba especialmente unidos. “En estas situaciones comprobé en primera persona que Dios siempre está con nosotros y que debemos confiar en Él pase lo que pase”.
Sacerdote y docente
Por último, este constantinense recuerda con especial cariño su trayectoria como docente en el instituto local, en el que ha trabajado durante más de 40 años y ha podido acompañar a cientos de jóvenes. “El equipo directivo del centro jamás me puso problemas, al contrario, consiguiendo casi un 90% de inscritos en las clases de Religión”. También señala el afecto con el que siempre le han tratado sus alumnos, “muchos de los cuales son amigos, los he casado y bautizado a sus hijos”.
De este tiempo destaca “la experiencia de tratar, enseñar y educar humana y cristianamente a los jóvenes”. Y, pese a que los tiempos han cambiado (antes había instituto por las tardes y también los sábados; además, el alumnado preparaba y participaba en la Eucaristía todas las semanas), agradece la oportunidad que ha tenido de “escuchar a tantos muchachos con problemas, con vacíos afectivos y temas serios que tenía que acompañar. Todo esto me ha hecho aprender mucho”.